Los dioses rotos: la realidad, el arte y el mundo interior****


Se estrena en los circuitos comerciales de la Habana ópera-prima del realizador cubano Ernesto Daranas Serrano con gran acogida del público

Por: Antón Vélez Bichkov

Al Festival de Cine de la Habana no le gusta la filmografía mainstream. Por eso ignoró (sumariamente) Olga del brasileño Jayme Monjardim unos años ha. Por eso - del mismo modo - ha ignorado Los dioses rotos, ópera-prima del cubano Ernesto Daranas Serrano en su más reciente edición. 

Ambos vienen de universos distantes de la sintaxis cinematográfica (la TV y la radio) y por ende narran de un modo que no complace a jurados, ni estetas rebuscados, cuyo placer parece provenir de todo lo que es raro e ininteligible. Pero sí saben mirar fijamente a los ojos del gran público y mantener la mirada sin titubear. A ese gran público que no sólo bebe en sus obras, sino las vive y se apasiona, al punto de la fusión extrema con sus tramas. 

Visceral, intensa, con las emociones a flor de piel, como la gente que retrata y a la que está dirigida Los dioses... consigue una identidad total con el público a partir de dos elementos. Su juego se llama realidad y expresividad narrativa. Cargada de efectismo, con una ágil edición, que da saltos en el tiempo, lo mismo atrás, que adelante y que nos va salpicando en el minuto preciso de las dosis de información indispensables para hacer (emocionalmente) comprensible la cinta, esta obra consigue no pecar ni de redundante, ni de falsa.

Quizás el 100% de las cosas que se ven a lo largo de su metraje no sucedan del modo exacto que se presentan, pero aún así la gente las reconoce, pues hay verdad en las líneas y entre ellas. Daranas no pescó con un catalejo las imágenes que retrata, sino que las parió, fecundado por el día a día de un barrio marginal habanero. Esa es la paradoja del creador que, a despecho de imposibilidades biológicas, puede quedar preñado y dar a luz criaturas como esta. Y este bebé nació robusto y con los pies bien puestos sobre la tierra.

Alberto Yarini, un chulo habanero de principios de siglo es el leit motiv de la cinta. Cualquiera podría espantarse nada más con la idea de ver una obra más dedicada al famoso proxeneta, sin embargo, Los dioses... conjura su fantasma para algo más que una reiteración de su historia, sino para demostrar una tesis: 

el barrio de San Isidro - donde se desarrolló - tiene un modus vivendi incrustado en la genética de sus hijos, al punto que las nuevas generaciones, a casi un siglo de su muerte, vuelven a reproducir el esquema de Yarini, con preciosismo inusitado y a pesar que el sistema político no es el mismo.

Yarini es un fantasma al que se ponen ofrendas debajo de la Ceiba donde murió. Yarini es la fascinación de los/as antropólogos/as , que ven en este 'ángel caído’, hombre de sociedad, devenido rey del hampa y las mujeres de la zona de tolerancia habanera, una especie de héroe romántico y al mismo tiempo pervertido. 

Yarini incluso puede ser el espíritu que habita una poderosa nganga* (un objeto religioso afrocubano), pero ante todo es el prototipo, sin ellos mismos saberlo, de nuevas generaciones de Yarini que, a pesar de los pesares, siguen aflorando. Esa es la tesis que defiende el director y me parece lo consigue, sea cierta o no su premisa.

Laura (Silvia Águila) es una profesora universitaria que investiga sobre el famoso proxeneta cubano Alberto Yarini y Ponce de León, asesinado a balazos por sus rivales franceses que controlaban el negocio de la prostitución en La Habana de comienzos del siglo XX. Interesada en demostrar la vigencia del legendario personaje, se adentra en una de las zonas más complejas de la realidad habanera de hoy. 

Paralelamente, está Alberto (Carlos Éver Fonseca), un muchachón bien parecido, que trata de sobrevivir en esta ciudad a partir de lo único que sabe hacer bien: encantar a las mujeres. Isabel (Isabel Santos), su profesora de la universidad (sí, porque la desventaja económica, no invalida el acceso a la educación superior) le abrió en su momento ese camino, seducida como estaba por el jovenzuelo, que no mide esfuerzos para ascender.

Laura trata de adentrarse en el mundo de Rosendo (Héctor Eduardo Noas), un diplo-babalawo (como comúnmente se conocen los sacerdotes afrocubanos que lucran con la fe), cuyas fronteras éticas son poco definidas y que además de sacarle provecho a su religión, se dedica a la trata de blancas. 

Como para Rosendo ‘vale todo’, éste convoca a Alberto para “sacar por el techo, volver loca” a la profesorita, que se ha vuelto una espina en su zapato.

Al mismo tiempo, Rosendo quiere cobrar una deuda pendiente que Alberto tiene con él: Sandra. Sandra (Annia Bú Maure) es una prostituta que acaba de salir de la prisión (en realidad debería ser de un campamento de reeducación, pues la prostitución en Cuba no es delito, sólo una conducta antisocial) y que en el pasado tuvo un tórrido romance con Alberto. Rosendo está celoso y quiere la exclusividad de esta mujer que, muy a pesar de volverse la reina de su casa, sigue pensando en el hombre que le ‘mueve sus cimientos’.

Así, la trama va complicándose hasta el desenlace final, previsible, pues ya está implícito en el arquetipo de Yarini, pero que Daranas teje tan bien, que nos logra sorprender. 

Una vez más, recordemos, que él se hace del efectismo y el sensacionalismo adecuados para lograr una buena comunicación con su audiencia. 

En la proyección que asistí la simpatía e identidad se hicieron evidentes: no hubo abrazo, ni proximidad, ni demostración erótico-sentimental de los protagonistas que el público no apoyara con sonados aplausos y gritos. 

Tampoco los momentos de tensión o de clímax dramáticos quedaron huérfanos de la aprobación de aquellos que saturaron el cine Yara, el más famoso de la Calle 23.

La gente ‘lee’, la gente reconoce vecinos (gente real, con nombres reales, como le sucedió a unos compañeros de luneta) y lo más importante: se reconoce a sí misma, aún y cuando lo que se presenta no sea exactamente edificante.

La fotografía llega a ser increíble. La Habana, fotogénica a pesar de sus ruinas y derrumbes, pocas veces gana una mirada novedosa de sus admiradores, acostumbrados siempre a los mismos ángulos y tomas. Aquí, sin embargo, la ciudad aflora con su rostro más inimaginable y la metáfora no sólo vale para el trabajo de cámara. De ahí su suprema coherencia. Su pertinencia en cada minuto.

Todo aquí está en función de la narración y la banda sonora no podía ser menos. La inserción de la canción-tema en momentos-clave, aunque no deja de recordarnos las telenovelas brasileñas, que tan bien lo hacen en su día a día, no deja de ser muy acertada. David Torrens demuestra su vena sentimental, incluso algo patética, pero bella por la pureza y autenticidad.

Las actuaciones por norma están en buen nivel. Incluso intérpretes planos viven muy orgánicamente a sus personajes y quizás sea porque hablamos aquí de gente de carne y hueso y no de caricaturas pobres y desteñidas. Si se escribiera mejor, sin dudas, nuestros actores actuarían mejor. 

Desde la época de la radio, Daranas demostró tener oído para el diálogo y particularmente para el diálogo popular. Sus radionovelas - famosas en las mañanas de Radio Rebelde, allá por los 90 - prescindían del clásico y cómodo narrador, por eso debían dar todo a través del habla y sin la imagen que siempre ‘da una mano’ en cine y TV. 

De ahí que se acostumbrara a decir con precisión y con fuerza. Tal vez un milagro o La chica de Ipanema aún viven en mi recuerdo y jamás se comparan con la inaudita y edulcorada versión para la TV que hicieran después tomando sus textos como fuente.

Por otro lado, Shangó*, Yemayá, el ‘muerto’ (los espíritus), la Ceiba... la Virgen de las Mercedes... habitantes todos del mundo mágico-religioso del cubano, entran aquí como personajes con todas las de la ley. Hace mucho que vive en el imaginario colectivo y es hora que les dé el lugar que estos merecen en nuestros medios, no como puro folclor, sino como la fuerza que inspira a cientos de miles de personas que en su vacío existencial compensan su pobreza económica con la riqueza del espíritu.

En fin, que aunque Daranas no se haya ido con un coral del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano y que el jurado tan sólo se contentara con el premio del público - y eso, porque era imposible ir contra la avalancha de votos que recogió - puede tener una certeza: 

logró conjugar en un relato coherente y con no pocos valores estéticos tres mundos que no siempre andan de la mano, la realidad, el arte y su mundo interior. Con eso, creo que por ahora basta...

*Shangó, dios del fuego, el trueno, la virilidad, los tambores, representa arquetípicamente todas las virtudes e imperfecciones del varón; puede llegar a su arrogante en su inmadurez, pero la vida lo castiga dándole una lección de humildad, que se acaba en una muerte redentora; luego de un exceso de violencia, motivado por su ira, Shangó se da cuenta de su error y termina privándose de la vida; sin embargo, recibe una recompensa, deja de ser humano, para volverse orisha, una cabeza selecta. La selección de Shangó como orisha regente de Alberto, no debe haber sido casual.

*Yemayá, en América es la diosa del mar; en África la diosa del río homónimo y del río Oogun (Medicinal); es el arquetipo de la madre, pues su etimología así lo indica: Yeyé omó eyá (madre cuyos hijos son peces); casual o no, pero dicen que nosotros somos los herederos de los primeros seres anfibios que salieron del mar a la tierra. Para los descendientes de los yoruba en Cuba Yemayá y Shangó se volvieron símbolos identitarios, pues eran las deidades de los dos subgrupos más representados en la isla. Con el tiempo, esa imagen se traspoló al ideario cubano, siendo ambos dos deidades de suma reverencia y popularidad. El factor mar, ayuda mucho en esa devoción.

*Nganga es un receptáculo que contiene piedras, palos y otros objetos de la naturaleza. En su interior, presuntamente, reside un ‘muerto’, un espíritu, que ‘trabaja’ siguiendo las orientaciones (órdenes) de su poseedor. En la imaginería popular estos objetos suelen ser muy efectivos para resolver problemas puntuales y de la manera más rápida. Su origen es congo, pero sólo se evidencia en ciertos elementos de la cosmovisión que la inspira y la jerga sagrada que se utiliza que guarda remanentes de lenguas bantúes.

****PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 27-03-09 EN EL PORTAL VOZ DE LA ATEI

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