Escrito
por Antón Vélez Bichkov/Especial para
CubaSí*
Para gustos,
colores, y de lo que volvió o quedó después del verano en Multivisión, sólo me
llamó la atención Comer es vivir. La falta de oferta me hizo reparar más en
esta producción japonesa, que llegó a su fin este 13/10
El público
cubano no es virgen en materia de dramas asiáticos: desde los clásicos filmes
de samurái, salpicados de sangre y violencia, hasta los más recientes doramas
(amenos, pero empalagosos), o el cine indio (tan exuberante como la industria
que lo produce y que lanza ¡1600! filmes al año). Incluso las novelas turcas,
el último grito de la moda en Latinoamérica y más allá.
Muchos
recuerdan Oshín e Inochi, marcadas por el tesón, la ética y la tradición, todos
valores gratos a la Televisión Cubana, que se debate entre su cometido social y
la insoslayable distracción de las masas.
Comer… no es
la excepción. Con dosis generosas de un melodrama comedido, pero químicamente
puro, sin excesos de acción o demasiados careos (solo algo, en sus finales),
contados personajes y elipsis narrativas que en dramatizados occidentales no se
verían elegantes, la serie se acomoda al paladar con la suavidad de cualquiera
de esos platos que presenta. Insípidos, pero sanos.
Como las
otras, tiene sabor a saga y peca de subrayados ideológicos muy claros, al punto
de lucir propagandísticos y barnizados por la laca de lo ideal y lo idílico.
El horario
de emisión original nos explica mucho. Desde el tono «blanco» que mencioné en un
comentario previo, la mesura obligatoria, hasta las recetas culinarias…
abundantes, como en un programa de cocina.
Gochisōsan
es una renzoku terebi shosetsu (literalmente, telenovela seriada), también
conocida como asadora (drama matutino), que, desde 1961, la NHK programa en sus
mañanas de 8:00 a 8:15, con repeticiones de 12:45 a 13:00.
Centradas en
heroínas que enfrentan retos y se afanan para alcanzar sus sueños por medio del
trabajo arduo son, a ojos vista, retrato idealizado del pasado y precepto
idealista para el presente, que debe apostar por estilos que, mientras más se
recalcan, más ajenos lucen (al menos, desde la distancia).
NHK produce
para un público adulto mayor, mientras Fuji TV, NTV, TBS tienen una oferta más
variada y realista. Sin embargo, la intención moralizante del gigante mediático
es evidente. Idiosincrasia y encargo político se mezclan en estas obras, que
reflejan un estado rígido en esencia, pero suave en proyección.
Todo lo que
la NHK quiere que el público piense, se lo pone, afirmó un comentarista sobre
la Televisión nipona. Y aquí es patente la necesidad de conservar a ultranza
esa vida que la vida misma mató, y de jugar con un imaginario que, sin dudas,
percibe el ayer con colores más alegres.
Las
contradicciones de la sociedad afloran de modo epidérmico, sin nada que
escandalice. ¿Quién quiere sobresaltos a las ocho de la mañana?
Mientras
Occidente se roba la atención de un público cada vez más atomizado por medio
del escándalo y la polémica (la misma clave de la literatura europea desde
finales del siglo XVIII), los asiáticos siguen fieles a dos valores: costumbre
y familia. Y eso, absurdo o no, es lo que más atrae a parte de este auditorio.
Gochisōsan
(apócope informal de gochisōsama, fórmula para agradecer al anfitrión por la
comida) salió al aire el 30 de septiembre de 2013 y terminó el 29 de marzo de
2014, de lunes a sábado. Con guion de Yoshiko Morishita.
Los padres
de Meiko Uno (Anne Watanabe) tienen un restaurante de estilo occidental en
Tokio. El amor toca a sus puertas y tiene que mudarse con el marido a Osaka,
con todos los contrastes culturales entre la capital y la segunda ciudad
japonesa. También las dificultades de la vida en familia y sociedad.
Como Oshín o
Inochi, Meiko transita por varias etapas (aquí las eras Taisho y Shōwa). La
última es la más cruda en el plano material, pero Meiko ya pasó por buenos
trances emotivos. El amor es la más dura batalla. ¿Quién lo duda?
Justo en la
postguerra vemos claves de ese espíritu japonés que levantó de las cenizas a un
país hecho añicos: Meiko compra un kan de papas (3,75 kg) a diez yenes, y vende
15 umaimon (papas sofritas) por la mitad de precio (ejemplo para los
cuentapropistas que quieren sacarle el doble o el triple a su inversión).
Omnipresente
y abrumadora, la etiqueta contrasta con la informalidad criolla, hoy más
acentuada de la cuenta.
Cuando se ve
en japonés, todo luce más orgánico. El sonido ambiente hace menos encartonados
los contextos y con ello, los diálogos en su idioma original.
No importa
que el doblaje esté bien. Le resta frescura, incluso cuando suaviza el tono de
la actriz protagonista y la vuelve más simpática.
Aun así, los
diálogos directos, con un mínimo de sutilezas y llenos de frases formales (que
pueden sonarnos peor por no estar bien traducidas), parecen una marca de los
dramas made in Asia.
Por
momentos, los personajes se muestran demasiado comedidos, reprimen emociones,
lo cual lo cual más que temperamento, suena a buen tono, a deber ser.
Es, de
hecho, lo único que modera los instantes de recalcado dramatismo, otra clave de
los audiovisuales del Oriente (cuya expresividad se concentra, casi siempre, en
el rostro, pues el cuerpo permanece preso buena parte del tiempo).
También el
uso de música juguetona y un toque discreto de humor.
Es evidente
que los doramas y estas novelas japonesas son primos cercanos. De hecho, dorama
es un término japonés que significa drama.
El énfasis
en la comida (dicen que la Televisión japonesa se reduce a programas de comida
o gente hablando sobre ella) es otro subrayado de la tradición, esta vez
culinaria, cuya variedad se resalta a cada instante.
Comida y
telenovela son dos viejas amigas, y si hay algo que le guste más a la mujer
promedio que compartir recetas es verlas en pantalla. Tiros de cámara casi
publicitarios de platos japoneses, le dan ese chance.
Al mismo
tiempo, parece recalcarse no solo la importancia de la nutrición, sino del
tener comida, cosa crucial en una nación que ha sentido su falta.
La
fotografía es muy correcta, muy dentro del canon de la televisión. La
producción impresiona. Salvo raros casos, todo es grabado en estudio, incluso
las calles.
La
escenografía, despejada y clara, como todo interior nipón. Es grata de ver,
pero a veces confunde por su semejanza.
Didáctica
hasta rozar lo escolar, Comer… se aprovecha de carteles para presentarnos a los
nuevos personajes, ahorrándose incómodas parrafadas de introducción de estilo
occidental.
También se
apoya en una narradora, cuya voz original no oímos, pero consta en los créditos, a diferencia
del equipo técnico y del ¡director! (¿qué dirían los de aquí, tan urgidos de
reconocimiento?).
Y, sin
embargo, es un relato sensible, familiar, lleno de vericuetos, a pesar de su
estilo austero y formato demasiado reducido de 15 minutos.
Contrario a
cualquier expectativa, te atrapa y te envuelve en su anécdota, y así crea el
mayor valor de un dramatizado: temer por la suerte de sus héroes.
Cosa que no
logra la cubana, «próxima» a la experiencia diaria e igualmente saturada de
agudos dramas (al punto que un personaje diga: todo lo malo le pasa a esta
familia). Casi en la mitad de su historia, no acaba de decir a qué vino.
La opción de
«vernos en pantalla», después de vernos todo el día en las calles, no cuaja;
menos con una «realidad» tan limitada.
Curiosidades
Como otras
heroínas de asadora, Anne —su nombre artístico— debió ser escogida entre miles
de candidatas. Al menos esa es la costumbre.
La NHK hace
una audición y luego las transforma en voceras y partícipes de
eventos tales como su Nochevieja: Kohaku Uta Gassen.
Anne
Watanabe y su pareja en la novela, Masahiro Higashide (Yútaro), se casaron el
1º de enero de 2015.
En mayo del
2016, la actriz dio a luz un par de mellizas, y el 4 de abril de este año
anunció un segundo embarazo.
Gochisōsan
es la 89ª asadora. Fue producida por NHK Osaka, que realiza las producciones
del segundo semestre, mientras NHK Tokyo, las del primero.
La 31ª,
Oshín (83-84), fue la más vista, con ratings de 52,6% (picos de 62,9%).
La dirección
fue de Takafumi Kimura, Tetsuya Watanabe y Yoshiharu Sasaki.
*Originalmente publicado en Cubasí el 13 de octubre de 2017, aquí con ajustes estilísticos del autor
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