El disco que nos debía Simone


|Antón Vélez Bichkov ©| En los 80 Simone nos dio mucho más de lo que la crítica o los puristas están dispuestos a admitir. Quien da amor y arte nunca está en deuda. Y aun así, Simone se quedó debiéndonos un disco en vivo. 

Un álbum que recogiera esa garra y ángel, atravesados por la potencia de la (su) luz, que ni los peores enemigos podían negar. 


Simone en Japón: Alma de Brasil
«Hay dos Simones. La segunda es mejor». Decía un periodista que, al poner en la balanza la solista de los estudios y los shows, le daba a la última, la ventaja de la fuerza y la entrega.

A su juicio, la estrella de los LPs era «seca» y «dura». Prefabricada en «marcas rígidas» y formatos fijos que, incluso, «sugerían limitaciones técnicas, a pesar de la calidad del timbre». 

La otra, se vestía de «exuberancia» y «osadía», cuando se arriesgaba en «divisiones peligrosas», sin miedo al «desafío» de los grandes agudos y los graves profundos (Mauro Dias, O Globo, 17.07.1986).  

Para gustos, colores. Y Simone escogió lo suyos. El blanco, dueño de sus atuendos. El rosa con ribete carmesí como una opción de carrera que tuvo esquemas, es verdad, pero siempre se vivió al máximo.

Sus discos reflejaron un cuidado y una producción que los colocan en el primer escalón del género romántico y un sitio confortable de la música popular del Brasil.

Ni en sus registros menos inspirados, Simone mostró una faceta indiferente o escasez de brillo. Y pese a ello, a Mauro no le faltó razón. No es que la Simone grabada fuera chica. Es que la Simone de los palcos era demasiado grande...


 
Una grandeza que nunca encontró su espejo y se perdió como los días, que sólo sobreviven en la verticalidad resbaladiza del recuerdo. 

De haber sido hábil, la CBS habría dejado testimonio. El en vivo de la EMI nunca le hizo justicia, ni técnica, ni artísticamente.

Fue —lo más probable— un acto de oportunismo para sacarle el jugo a una figura que entonces empezó a brillar con un fulgor inusitado. 

Ese año ya había lanzado el icónico Pedaços y esta era una de sus tajadas — aunque para muchos sea una joyita, el último aliento de un ciclo de esmero y sinceridad estética. 

Sin embargo, la transnacional no tuvo ni el olfato, ni la grandeza y ahora, gracias al caudal inagotable de la web, descubrimos el show Delírios, delícias grabado en directo el 25 de noviembre de 1983*.

En el mismo Ibirapuera, donde años atrás rompió récords de público, la artista navega por un mar de gente.


15 mil personas por noche. De todos los registros. De todas las clases.

Lo hace a bordo de un navío de éxitos. Temas viscerales, algunos propios, otros pescados en las aguas de la mejor MPB, cuyo diapasón dramático le permite una expansión vocal que sólo alcanza ante las grandes plateas.

Al audio —perfeccionado con las técnicas actuales— le faltan tres números. No por eso, el programa de la noche pierde su esencia: lo principal está aquí.

Simone quiere y puede ser la voz de su momento histórico. Tal vez por ello relega la veta sentimental a un segundo plano y así destruye una constante del mercado: sólo lágrimas y baile llenan los estadios brasileños. 


En los años siguientes, su emulación con Roberto Carlos sería textual y sus hits tendrían un sabor estrictamente amoroso. 

En este, reproduce sus proezas con un repertorio punzante, que aún desafía los días de plomo y  abre la ventana de una época que como todo tiempo futuro siempre será mejor.

(acervo de Hélia Lima)
La presentación, monumental por su público y producción, trae la marca del disco homónimo, lanzado en septiembre y éste, la del cambio de productor. 

Sérgio Carvalho, que a principio de este 2019 emprendió el viaje sin regreso, fue menos frívilo que Mazzola — el responsable de las grandes ventas de las artista.

Delíricios, Delícias, se resuelve con una delicadeza-ambiente que se nota hasta en su canción más duradera: el samba O amanhã. 

No tiene el gran éxito de amor. Sus buenas baladas carecen de las lumbres o sombras para arder o para cortarse las venas... 

Siempre quedan Retiro, Paixão o Contigo aprendí para ilustrar el lado de las delicias. ¡Y qué delicias! De ellas, rescata el último par, pues sabe que le darán chance a mostrar su cada vez más presente faceta de Cupido.  

El resto viene por lado festivo (Coisa feita, Depois das dez) y lo rellena —en el mejor sentido— con números de reflejos sociales, incluso políticos. Los ecos de las elecciones directas son cada vez más fuertes. La propia intérprete las exige al final. Aun así, no hay que oír consignas para darse cuenta que existe un subtexto de esa índole vibrando en los versos. 

Una ojeada a los dos programas previos revela una ensalada más surtida. Más orientado a ese gusto masivo que mentamos líneas arribas, con mucho énfasis en el romance de la más variada especie.      

Chiquinho Moraes que viajaría con ella en tantas actuaciones y lanzamientos también se hace sentir en los arreglos grandilocuentes, ampulosos, exactos para estos shows gigantes en que la artista se consagra reina de su corte. 

En escena hay 27 músicos. Tras bastidores 36 personas. Lujos que sólo una reina se puede dar.  

La arena del Ibirapuera — un monstruo para cualquier artista... 

Aprovechado para un especial de la TV Globo —según parece la fuente del material— el concierto causó ronchas entre los realizadores y la crítica.  

Como gran estrella, ya, marca su status con caprichos y entorpece la puesta. No quiere que las cámaras le roben el momento a los asistentes. Prefiere que la vean en estado puro. A los directores, no les hace gracia y tienen que resolver la emisión con impersonales grandes planos.

Los segundos no pueden negar su halo. No hay forma de tapar el sol. Más si se aparece en plena noche. En una arena deportiva.

Para los presentes, Simone es divina. Y como diosa, sus acciones no se cuestionan. Ella manda en el palco. Los detalles de puesta o escenografía sobran o apenas caben en las reseñas que algunos leerán y pocos les harán caso. Ellos están viviendo una emoción

Un «fenómeno sociológico», como lo explicó el director artístico Flavio Rangel que pone a su servicio toda su creatividad y experiencia teatral.

Ahora, una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero. Los críticos entienden la catarsis. Pero enjuician el modo. 

El lecho en escena, con que se adelantó a Madonna y sacudió los cánones de la decencia, los cojines con su nombre, ¡la masturbación! insinuada grandes destellos de osadía y plato fuerte del menú ponen en tela de juicio el gusto de la artista que en ese aspecto sólo iría cuestabajo.   

Apenas cuatro años atrás la exquisitez del repertorio era su mejor carta de presentación y el elogio más oído.


Tampoco es la primera que se tumba en el proscenio... 

En Face a faca (1977) y Cigarra (1978), ya rodaba por el suelo o hacía evoluciones íntimas para ilustrar los dramas de sus melodías. No todos los entendían como un plus.


Tres años después, ya en la CBS, lleva el erotismo al límite y acurrucándose primero, luego textualmente acostada, se entrega a los sugestivos versos de Me deixas louca. La reacción es proporcional a la entrega. 

En el 78 negaba ser símbolo sexual (rótulo que le venían poniendo la prensa y los fans). No se maquillaba. No era vanidosa. Esos eran sus argumentos. 

Sin embargo, la proyección no hace más que acentuar su lado sexy. Las ropas. Las actitudes. Las baladas-orgasmo. 


Retórica, la pregunta de O amanhã parece respondida. El porvenir le dio a la cantante una carrera del tamaño de sus talentos y defectos. A su país algo parecido. Entonces era una duda. Una duda que iba más allá de lo personal. 

Por ende, no hay mejor punto de partida para una selección, cuyo leitmotiv se adivina sin dificultad si es que se sigue el hilo narrativo de los textos:  

O que será o amanhã? Muito que andar por aí, Pois seja o que vier, Nada a temer senão o correr da luta, Mas é preciso ter força... 

Eso es por un lado, por otro laten las ideas de la amistad, la separación y el retorno:   

Alô...
Petunia Resedá já estou chegando em casa
Alô...
Uma saudade imensa me queima, me arrasa

Mande notícias do mundo de lá
Diz quem fica
Me dê um abraço, venha me apertar
Tô chegando

Qualquer dia, amigo, eu volto
A te encontrar
Qualquer dia, amigo, a gente vai se encontrar 


Como dije arriba, aún se siente la necesidad de exorcisar la moribunda dictadura con el arma del optimismo.

La fase intensa se diluye en Jura Secreta y Alma más íntimas e identitarias, incluso cuando la últimasu mejor retrato verbal se proyecte con la misma garra que Caçador de mim o Maria, Maria que viene a ser la proyección colectiva del poder femenino y del hecho de ser mujer: brasileña. 

Coisa feita, un sambão, no rompe el discurso, de hecho lo refuerza: Sou bem mulher, de pegar macho pelo pé... 

A partir de entonces el catálogo sonoro alterna momentos de definición e intimidad personal, con una secuencia menos nítida. 

La grabación elimina este segmento para encajarlo en el exigente formato televisivo. Por eso es difícil de juzgar. 

No obstante, la letra de Vevecos, panelas e canelas sigue estando en la cuerda de ese cuestionamiento y sano orgullo nacional que dominó los repertorios de los cantantes de Brasil en aquel entonces.  

A bicicleta, ausente de su discografía oficial, es la opción más rara. 

Mientras que Meu drama, otro sambão, esta vez de la época del radio resucitado en los 70, se encaja por su gozoso tratamiento del dolor y las veleidades amorosas muy a tono con el espíritu del tiempo y de la estrella. Es, a no dudarlo, el momento populista de la noche.

La edición repara las faltas de nexo cuando da un salto a Contigo aprendí y de ésta a Adivinha o quê, una canción primaria que sólo sirve para el remedo de onanismo. Luego vienen Paixão, con la misma aura y Depois das dez, creando un puente: una suave/una pop/una suave/una pop.  

O amanhã, más intenso en la despedida, conforme con su esencia original, vuelve para que Simone dé el adiós. Tô que tô, otro grito de definición individual y declaración de principios, lo antecede como clímax definitivo del evento.   

El audio

El guión corre sin pausas. Simone empata tema con tema, mostrando la mayúscula energía que le dejaba hacer hasta dos actuaciones por jornada. Despega con O amanhã en arreglo de banda, menos fastuoso que en el disco. Petúnia resedá, se adorna con una intro juguetona, como de feria o circo, aunque mantiene el rigor de este rock blueseado (o blues roquero), que la cantante defiende con un aire jovial, optimista, y que se funde con la emoción punzante y al mismo tiempo tierna de Canção da América, con que rinde homenaje a varias figuras de la canción, entre ellas a Elis Regina, fallecida el año anterior. 

Se siente confortable en Encontros e despedidas. Tanto que consigue mantener la línea del fonograma (algo que no siempre veríamos a lo largo de su carrera). Da pruebas de esa furia luminosa en Maria, Maria. Insita al público con su potente garganta que no pierde ni una nota de la orquestación.

Caçador de mim es la apoteosis del segmento. Abre ligera. En un zigzag que sabe a vals, aunque apenas sea un espejismo de esta melodía sin vericuetos, que debuta en la más estricta ternura para en constante crescendo hacerse explosión. 

Reparte bien los acentos dramáticos, aunque por momentos la pasión le impida mostrar una técnica más depurada. Dispara la letra, en especial el estribillo, que con los años lograría masticar mejor y vocaliza mostrando vigor, pero manchando el precioso color de su voz. Redonda cuando nos habla de tú a tú

Salta de un dramatismo casi íntimo a una potencia que roza lo masculino. Pese a la exacerbación feminista Simone acusa androginia. Lo viril se hace presente desde el título mismo y ella lo incorpora.

El arreglo es pomposo. Lo viene arrastrando de sus presentaciones previas y responde al sentido apoteósico del show. Le sobran metales. El coro. Incluso, algunos abusos de la batería.

Más limpias las soluciones orquestales de Ricardo Leão que Simone defendió en los años 90 le permitieron centrarse en la interpretación y no en el exhibicionismo vocal.

Aquí, virtualmente se desparrama llegando a sonar exagerada y al mismo tiempo dando pruebas de un vozarrón que en los finales se pone aún más ostentoso lo que llevan al público al éxtasis.

En lo que respecta a la entrega Caçador... viene a ocupar el lugar de Sangrando, un himno, que ella también fue depurando y engrandeciendo, para darnos versiones definitivas en Sou eu (disco y show homónimo de 1993). 

No hay pausa para el descanso y, al mismo tiempo, se impone uno, por ello Jura secreta le viene como anillo al dedo. Sublime, Simone consigue agudos y cuotas de emoción que ya en el 2005 le serían difíciles. Las canciones —como diría ella— no envejecen. Pero las cantantes sí. 

Entonces estaban vigentes los motivos que llevaron a una interiorización tan definitiva que le permitió cantarla durante más de una década con el mínimo de variaciones y con apego al registro primario.

La misma rimbombancia instrumental sazona el principio de Alma, en que nuevamente da pruebas del poder de su laringe, algo que seguiría haciendo, incluso en el 2010 (como constaté en persona).  

Descontando la calidez suprema de Contigo aprendí & Paixão el lado B me sabe demasiado acelerado. Coisa feita & Tô que tô se cantan con una prisa ausente de sus LP y como pasa en otros sambas en vivo, en particular los de enredo, se la nota ronca, incluso con la voz cortada, quizás por el [natural] cansancio. 

En Depois das dez se da el lujo de rasgarla, como luego haría en Um desejo só não basta y Exagerado (de Cazuza), durante el show que motivó las opiniones de Mauro Dias, y que sería no sólo su más larga temporada (siete meses de actuación constante), sino uno de sus más depurados desempeños. 

Por azares de la vida, Everson Dias, ingeniero de audio, productor musical con dos Grammy Latino, sería el responsable del sonido y, como suponemos, autor de algunas grabaciones no oficiales que también podrían componer un disco en vivo que, además, demandaría con carácter obligatorio otras perlas como Olhar 43 (Paulo Ricardo “RPM”), en que Simone más que vestirse de hombre, conforme el ego lírico de la letra, se vuelve uno y da cátedra de rock, con más empuje y furor que los roqueros oficiales de aquel entonces, Esquinas de Djavan, y el show Sedução, que partía de un disco menos osado, pero traía Blues da piedade (definitiva en su nervio y los sutiles dégradé) y O tempo não pára, con idéntica demostración de bríos en la contundente cita de Águas de março.

En el balance de reseñas, incluso con las más desfavorables de los 70, cuando aún no se había lapidado su voz de facetas monótonas e irregulares, termina siendo que la Simone de los palcos, no solamente era la mejor, sino también era la más elogiada. 

*la fecha de estreno 

fotos: Simone Pedaços


(Foto: Memória da Globo)

(Foto: Memória da Globo)

(Foto: Memória da Globo)

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