Lo que se hereda no se hurta...


Raúl Torres y Pablo Milanés en concierto


Antón Vélez Bichkov

“Lo que se hereda no se hurta”, reza la sabiduría popular y, consciente de ello, el cantautor Raúl Torres subió al tablado del Mella la noche del domingo 8 de junio, para ocupar su espacio legítimo al lado de su mentor, amigo y antecedente artístico directo: el imprescindible Pablo Milanés.

¿Razones? Dieciséis canciones que, agrupadas en un disco conjunto, muestra los lados fuertes de ambos: letra y voz. Con aires irremediablemente pop --el mundo gira y la industria manda--, Milanés y Torres abrieron una noche repleta de todo lo que un buen espectáculo puede ofrecer: público, prensa y buenas canciones… las nuevas y las viejas.

Y si de las primeras todavía nos queda el sano desconcierto por su poesía llena de arabescos y metáforas, las segundas mostraron que, no por ausente, Torres perdió el lugar que bien se ganó dentro del universo de canción “pensante” nacional. Así, con “Hojarasca”, “Nítida fe”, “Candil de nieve”, “Regrésamelo todo”… y ese himno al amor perdido que es “Se fue”, Pablo y Raúl no sólo cantaron sino que hicieron que el teatro cantara con ellos, y a veces por ellos. 


Las más de mil trescientas voces probaron otra conocida máxima: si la palabra es plata, el silencio es oro.

Ensimismada, pues, la platea se adentró en el laberinto lírico de “Distancia amarga”, “Novilunio de luz”, “Giselle” y “Ellas esperan en la terraza”. “Liviana”, “Nevasca”, “Sensitiva”… alternaron con los clásicos, al tiempo que “Son languidecer” fue la responsable de poner una gotica de ritmo a la noche. Trovadoresca, a medio camino entre la sonoridad antillana y el fado portugués, vino para satisfacción general “Para ir a curar”, seguida de “Príncipe sediento”, un homenaje al poeta matancero José Jacinto Milanés.

Ya en los finales, luego de haber desfilado por todo el repertorio y haber disfrutado la apoteosis de “Se fue”, sucedió lo impensable: Pablo y Raúl se quedaron sin canciones. Aunque por poco tiempo, pues luego de unos segundos de búsqueda mental, apareció “San Juan”, que debería haber puesto punto final a esta hora y tanto de espectáculo.

Sin embargo, la sed por lo bello fue mayor, y rompiendo la rutina de sus últimas tres presentaciones, Milanés a fuer de tanta insistencia
regresó en compañía de su aventajado pupilo y del singular guitarrista Jesús Cruz, para, apoyado en el estilo de Torres, revisitar sus clásicos de plantilla: “Yolanda” y “El breve espacio que no estás”.

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