Prision Break: Un minotauro con cabeza de serie y cola de novela


A propósito de su final en Cuba...
Por: Antón Vélez Bichkov

Michael Scolfield tenía que morir. No quedaba otra si la idea era cortar el mal de raíz e impedir que Prision Break, serie que no aguantaba una temporada más, se perpetuara en las pantallas de la Fox Network.

Confieso que la primera entrega la seguí. Era intensa, un tanto excesiva y por ende, sofocante, pero al menos activaba nuestra adrenalina y nos mostraba las maravillas que un guión bien delineado podía hacer. Con la segunda me sentí burlado. Salida de su marco original la prisión y sin su foco, la huida, todo lucía forzado y las tramoyas más increíbles aún que en la primera (¡y miren que probaron nuestra tolerancia y credulidad en la ellas!). Ya las siguientes, sencillamente, no era capaz ni de masticarlas, qué hablar de tragarlas y digerirlas.

Pero las noches de los sábados, rondado la medianoche, son aburridas, sobre todo, cuando no hay nadie agradable a mano y el sueño demora en venir. Así pues, casi por casualidad, me deparé con el capítulo final, de la temporada de cierre de esta exitosa serie que rompió récords de sintonía en varios países, incluidos los propios Estados Unidos. 

Ya la semana anterior había visto, igual de casualidad, los tres episodios previos y me daba la curiosidad ver cómo iban a resolver tanto enredo.

En esta ocasión, había una gran intriga internacional rondando a sus personajes centrales, un destructivo software y una malévola madre, aparecida de la nada. Ya me sabían las revelaciones de ésta, un tanto noveleras: Lincoln Burrows, por quien Michael había hecho el sacrificio supremo de ir preso, para liberarlo – el foco de la atracción – ¡no era hermano de este cuasi genio! (¡sufre Luz Clarita!) 

Ya lo apuntaba su madre, no sólo en físico los dos eran dispares, también en intelecto. Sólo un burro grande y torpe como Burrows (cualquier semejanza fonética ¡habrá sido mera coincidencia!) podía caer dos veces, como bien señala su maquiavélica madre adoptiva, en la misma trampa. ¡Brillante la fórmula de los guionistas para justificar su propia falta de originalidad!

Falta de originalidad que se extendió a un final con tanto rosa, que nos puso ante la duda si era esto un daytime soap (novelón vespertino) o una serie de acción del prime. Como todo ‘buen’ thriller la tensión duró casi hasta el final. 

Cuando parecía que el cierre era inminente y todo estaba resuelto, Michael, una vez más, demostraba su astucia y previsión: guardó el chip que activaba el tan buscado y mortífero software hasta que no consiguió la total absolución de sus camaradas (el ala buena de la serie en pleno).

El indulto, como era de esperar, no podía beneficiar a uno de los villanos más abyectos de la historia, que volvió en un ‘aleccionador’ final a la prisión (para que vean que en este mundo, las injusticias sí se pagan). 

Igual desenlace fue el del coronel perverso, que tenía amenazado a medio elenco con sus matones. La silla eléctrica era poca para tanta maldad, pero no había castigo mayor, así que nos dieron el detalle, hasta lo patético, demostrando que los arbitrarios y abyectos, suelen ser cobardes en el momento de la Verdad.

La administración de justicia estuvo en manos del agente especial que desde la primera temporada le hizo la vida imposible a los agentes y que aquí en un ejemplo de suprema objetividad puso a cada cual en su lugar. Todo muy light, sin complicaciones. 

¿Y quién lo iba a decir, cuando en las primeras temporadas daba la impresión que cuando uno caía en desgracia con el ‘aparato’ podía despedirse de la vida, porque nunca más tendría una? 

Ante tanta falta de remedio, se nos hacía un nudo en la garganta y nos afloraban un sinfín de fobias, de sólo pensar lo que los órganos coercitivos de aquel gobierno eran capaces de hacer. Desde urdir una trampa para inculpar a un inocente (Burrows) hasta matar al presidente (dos para el caso).

Ahora en un pase mágico, como en un purgatorio político express, Michael y sus compinches (amigos, mejor dicho) quedan libres de polvo y paja por sus favores a la Humanidad (obviamente el peligro para el planeta no podía faltar aquí, gracias a Dios que Norteamérica es pródiga en héroes y que haya uno de ellos siempre a mano para salvar el pellejo de los seis mil millones, es decir nosotros).

Con tales antecedentes de sumaria y simplista exoneración, lo natural es que vinieran escenas elementales y edulcoradas después. Sucesión, como en una galería, de parejas.

Michael hace planes – el pobre, como alma buena y pura tiene camino corto en la Tierra – sin saber que no verá a su hijo crecer. 

El chorrito de sangre saliendo de la nariz nos anuncia que sus días están contados (nada obligatorio, pero nosotros lo sabemos, pues así son las reglas de este tipo de narrativa). 

Y en efecto, otra secuencia, esta vez de despedidas, nos lleva hasta el punto donde yace, en paz – pensamos, a no ser que lo resuciten – el valeroso Scofield, que le dijo adiós a los suyos y de paso a nosotros (espero que para siempre) en el más meloso de los finales posibles.

Por cierto el santico se fue sin un solo pecado a sus espaldas. Ni a su madre fue capaz de matar, aun y cuando ésta, perversa y despiadada, sí se lo iba a cargar. Un angelito como ese no podía mancharse el expediente y los autores, clásicos y sumamente previsibles, activaron otro oportuno gatillo – el de Sarah Tancredi – para cegar la vida de la bruja.

Nada, reglas de Hollywood, donde el ‘bueno’, jamás matará al ‘malo’ en la primera. Antes tiene que haber una pelea (bueno y malo en el combate final). El balance (bueno y malo están a la par y no se sabe quién va a ganar). La caída (el bueno va perdiendo, el malo, parece que lo va a matar). La recuperación (el bueno, saca fuerzas de donde no tiene y se impone, el malo, casi perdió). El triunfo (el bueno, como era de esperar, apoyado por las fuerzas del bien y como es de suponer por sus músculos y habilidades guerreras, vence al malo, que ahora yace en el suelo, con pánico reflejado en el rostro, pues el bueno lo puede matar). 

El perdón/ la traición/ y la muerte (el bueno, no es capaz de quitarle la vida a un hombre que yace o está en desventaja y en acto de supremo altruismo lo perdona y… ¡fatal! le da la espalda, pues aquí el villano, acordándose que no tiene principios, ni moral, aprovecha cualquier cosa y en un último intento busca venganza, pero como el bueno es más ágil, se defiende y hace al final, lo que tenía que hacer al principio).

La fórmula no puede estar aplicada al 100%, es cierto, pero que Prision Break ha abusado de ellas, no hay duda alguna. Y esto, por lo menos para mí, es cualquier cosa, menos un mérito.

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