UN AÑO Y UN MES DESPUÉS: Quien siembra vientos…


Telenovela cubana genera polémica, pero encara sus temas sin rigor y con abundantes lagunas creativas
Por: Antón Vélez Bichkov


Hace un año y un mes exactamente escribí por encargo, pero con sumo placer, el artículo que coloco a continuación; sin embargo, la satisfacción que tuve al redactarlo, al parecer, no fue compartida por la dirección de La Calle del Medio (periódico cultural cubano, que hizo el encargo), que como justificación para no publicarlo alegó: "No dice nada bueno..." (¡parecería inocente! ¿y acaso era obligatorio? ¿estamos en un 'complaciendo peticiones'?). Sé que aguas pasadas, no mueven molinos, pero me pareció que valía la pena compartirlo... Uds. dirán, dejen comentarios... Chao.

Quien siembra vientos, recoge tempestades. Y la actual telenovela cubana, Polvo en el viento, de forma consciente, pues así lo ha reconocido su autor, ha decidido, entronizarse a partir de un repertorio de polémicas, que cubre desde el tratamiento, más o menos abierto, de algunas zonas oscuras de la realidad, hasta la convivencia armónica y sin contradicciones con un seropositivo.
Parecía que los fuegos se habían apagado con el fin de la anterior historia de bomberos, pero por lo visto, las ráfagas siguen avivando la llama de la crítica del público – muy a pesar de los altísimos índices de audiencia – que aunque mira, no siempre disfruta, con las peripecias escritas por Silvio Herández y dirigidas por Xiomara Blanco y José Luis Mederos.

Buscando compensar los años de esclavismo y de emociones decimonónicas, la TV Cubana, ha decidido asumir de lleno la temática actual y aunque la pretensión por sí misma es loable y reclamada por los espectadores, da la impresión, que la camisa que ha tratado de vestir da División de Dramatizados, tiene más de once varas o los autores no están a la altura ni de los tiempos, ni mucho menos de la pretensión estética que nuestros medios defienden… por lo visto sin demasiado éxito.

En Polvo…hay tela por donde cortar. En todos los aspectos: desde el guión, pobremente estructurado, como ya es costumbre, con diálogos parcos y simplistas y un contingente de personajes robóticos y sin la pincelada ‘de la carne y el hueso’, que ni siquiera la telenovela más tradicional desdeña, hasta la realización/dirección también muy concreta, sin demasiado vuelo imaginativo, que resume todo a plano/contraplano, tomas convencionales y poco o nada, ha trabajado con los actores, cada cual en su ‘registro y estilo’

Ninguno de los defectos de Polvo… tiene que ver con su raíz folletinesca. Una cosa es el melodrama y otra los ‘malos dramas’, como sabiamente avisaba un colega periodista desde las páginas del Trabajares, algunos años ha. Tampoco es un pecado – como alguien pretendió hacer ver – que, a partir de una autoproclamada “responsabilidad social” (palabras del propio Silvio), aparezcan aquí – aunque de modo muy soso y nada movilizador – las ‘partes feas’ de la vida. Su gran carencia, es encarar ambas cosas, tanto género, como polémica, de forma poco rigurosa y sin la sensibilidad necesaria para ‘hablar de la realidad, pintarla de un artificioso color de rosa y no morir en el intento’ (parafraseando el título de la película de Ana Belén).

Las telenovelas tienen dos dimensiones, la descriptiva y la prescriptita. La primera está clara: expone, de forma, más o menos naturalista, lo que sucede en el cotidiano de vida. Ya en el segundo caso, dada su repercusión, acciona como formador de opinión y comportamiento, de ahí, que dicho en buen romance, hay que hilar fino, cuando la cuestión es tratar áreas vitales potencialmente explosivas. Y Polvo… no brilla en ese aspecto. Confundir libertad creativa, con descuido, no sólo trae desprestigio en círculos intelectuales, sino que siembra en las audiencias falsas ideas y desinformación, que ante la fuerza del vehículo, empieza a confundir la realidad con la ficción y a tomar decisiones erróneas, a partir de emociones y razones, que ni siquiera en la pantalla son válidas.

Así las cosas, más de una persona ha visto en la relación serodiscordante (entre seropositivo y persona sana) una apología a este tipo de vínculo (sea cierto o no); el tratamiento, aunque indirecto, de la homosexualidad, ídem; no tantos como quisiéramos lo interpretan como una llamado al respeto o al menos tolerancia, que ambos grupos merecen, sino que, sencillamente creen que “se le está dando propaganda”. El básico de la población, asume la libertad de opción y la consideración que cada cual tiene y merece, pero rechaza la proliferación del tema en pantalla (quizás, la torpeza con que se encara, sea el factor, así como su abundancia en tiempos recientes).

El gran número de implicaciones de determinadas conductas en la novela, se pasa por el alto. Se escribe, como en un diario personal, sin importar lo que piense el otro. Muchas personas, sobre todo versadas en el asunto, ven con buenos ojos que se ponga como seropositivo a un personaje, a todas luces, exitoso, ‘bien parecido’, con un buen trabajo, moto, una casa de novela brasileña e incluso ¡una criada! Se sale del molde del marginal o pervertido, que muchas veces habita el imaginario colectivo. Con esto queda claro, que cualquiera puede ser víctima del mal. Sin embargo, la corrección para ahí. David, cuyos antecedentes sexuales están poco claros y cuya forma de contagio ‘casual’ hemos conocido tardíamente – casi a mitad de novela – resulta un ejemplo poco edificante y de valores dudosos.

Sensibilizadas, las espectadoras, pueden comprender que éste cuide a su pareja – cosa que no se evidencia ¿cómo se protegen ellos con condón, con coito interrupto, con sexo ‘seguro’ – pero no que engañe a la mujer que se entregó por completo y en prueba de amor supremo ha decidido dividir con él el riesgo. Tampoco que muestre un franco patrón de promiscuidad. No se recalca que es la sexualidad irresponsable la forma más común de adquirir el mal. Al contrario, se dice “cualquiera resbala y cae”. Muy bien. Ahora, si creemos en el ejemplo implícito de la novela: la ‘castidad’ no es la solución, pues de cualquier modo puedes enfermar, pero no hay problema en estar con una y enamorarse de otra y sin la más mínima preocupación, llevar adelante, no sólo una relación adúltera (lo menos chocante), sino no haber informado de su padecimiento. Esto incluso asume trazos de caso penal, pues podría constituir el delito de Propagación de epidemias. La moraleja, es que su conducta debería cambiar.

Siguen las lagunas de David. Él es biólogo, pero todo indica que no ha puesto al corriente a sus empleadores sobre su padecimiento, cosa que es de rigor. No para discriminarlo, al contrario. Sólo así, la administración sabrá qué medidas tomar en caso de alguna emergencia con el enfermo y determinará según las normas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social qué tareas puede desarrollar. Habría que ver, si en su condición, David podría bucear con tanta frecuencia, pues haciéndolo, se expone a microorganismos de la fauna submarina y cambios bruscos de presión, no positivos para la salud. Y es sabido que los seropositivos deben llevar una vida rigurosamente sana, con rutinas nutricionales, médicas, etc. que poco se evidencian por aquí. Tímidamente, asoman los programas de apoyo psicológico y los cursos de convivencia con el nuevo status, pero es meramente incidental.

Falta información sobre los modos de inoculación (nunca suficientes para los irresponsables); posibles riesgos para protagonista y antagonista; avances en los estudios y tratamientos del VIH/SIDA en Cuba; si los enfermos reciben algún medicamento y el efecto de estos... Sería demasiado didáctico, pensarán, y viendo la impericia con que se maneja el texto, incluso, es preferible. Un Hablemos de salud de 50 capítulos ya sobrepasaría los límites de nuestra paciencia. En términos generales, se pasan por alto los pro y los contra de una pareja serodiscordante. Y aunque Polvo… nos consta, tuvo asesoría, no parece haberla aprovechado de manera adecuada.

La parte de la corrupción/pérdida de valores también tiene costuras. Y si de VIH/SIDA no sabemos (ni tampoco podemos aprender con la novela, su fin básico) con la deshonestidad todos chocamos, al menos, una vez en la vida y por ende, es más difícil pasar gato por liebre. Dimitri es un joven íntegro, pero nadie se explica ¿por qué la Maria do Carmo caribeña lo escogió a él para su búsqueda? pues no es detective, ni policía, ni camaján callejero. Suerte enorme la del papá ‘tronado’ del alumno, no sólo rehabilitado en lo que canta un gallo, sino que consiguió un trabajo de película, con derecho a viajes al exterior y ¡estimulación en divisa! como quien dice (prodigios made in Polvo…). Más creíble es la parejita de la shopping y el hotel, pero otra vez vienen las inexactitudes. No hay que ser fiscal para darse cuenta que introducir mercancía ilegal en un establecimiento del estado, automáticamente, acarrea responsabilidad penal. Sin embargo, en Polvo… es la administración – según dice Isabel, la jefa – la que tomará cartas en el asunto y decidirá el destino del almacenero deshonesto. Isabel, que además de saber de la corrupción de su empleado, se compadece y se contenta con una sosa ‘amonestación pública’. Muy frágil para ser gerente de una TRD.

Alguien comparó Polvo… con Cocina al minuto y me pareció ingenioso, pero resulta que el criterio es generalizado: el público ve exceso en los constante desayunos, almuerzo, comidas y ¡hasta cenas! de la trama. ¡Ah, otra cosa! A no ser una enfermera, no hay negros en esta historia, que Xiomara Blanco, juzga perfecta y con un único defecto: faltarle 20 capítulos más. Para ella “Silvio escribe magníficamente bien y diseña personajes de mucha fuerza, los cuales dialogan con mucha soltura”, como si hablara de otro autor y otra novela; como si no le tocara a ella editar las infinitas secuencias de conversaciones, que más que una obra dramática articulada, parece un resumen en video casero, de los chismes de un barrio habanero. Abundan las lagunas de contenido, elipsis inauditas, cosas sacadas debajo de la manga, sin antecedentes (véase ese fantasmagórico abuelo, que apareció y predominó en un capítulo).

El autor habla de una estructura «cerrada» (¿dónde?) y evolución de personajes. Pero mejor es el concepto que el resultado y nos asusta que su idea de evolución de caracteres, signifique, sin más, ni menos, una zigzagueante trayectoria amorosa de su protagonista, entiéndase: promiscuidad sexual, justo en una novela sobre el SIDA. Keila – al decir de un ocurrente y sintético internauta cubano – “empieza con uno al que dejó por saberlo bisexual, terminando su relación, a los 3 días conoció a David y se enamoró, al que dejó por que le mintió (además de por el VIH), no había pasado media semana y se empató con el doctor del hospital, llevan poco tiempo juntos y ahora se fija en el amigo de David”. El doctor no la soporta y por arte de magia se enamora de ella.

Hernández, no tiene claridad dónde terminará su heroína. Por eso la pasó por todas las manos masculinas del elenco. Sin decir, su naturaleza vacilante, que poco recuerda a una real doctora de los días de hoy. ¿Cómo justificar que se tenga que enterar por su epidemiólogo de los seropositivos de su área de salud? ¿Necesita ella de consejo ajeno, para comprender la bisexualidad de su marido? ¿No aprendió eso en sexología y psicología? ¿Dónde queda su ética si se permite interferir en la vida privada de sus pacientes, comentando e incidiendo en un tema tan delicado como el VIH?

El argumento es viejísimo: “esto es una trama de ficción y, por tanto, habrá cosas verosímiles y otras no”. Así Silvio descuida hasta el naturalismo (ojo, no realismo) de su obra ficticia. ¿Qué hacía David en la parada que conoció a Keila, si terminó pagando un cinco-cinco (taxi minibús, Peugeot-307, de los más caros) cuando ésta se desmayó? ¿Por qué un lirismo forzado, cuando lo más natural es presentarse? (“¿Quién eres…?”/ “Polvo en el viento”). Todo para pujar el título, que no sólo coincide con el clásico del grupo Kansas (Dust in the wind, 1977), sino con el del Premio de Novela Plaza mayor (2005), del santaclareño Lorenzo Lunar.

Del elenco, ya hablamos. La misma sensación de caos, impera aquí. Salvo Yoraisy Gómez (Keila), cada vez más orgánica y natural en sus roles y algunas dignas excepciones (casi todos en el ala joven del elenco: María Karla Fernández, Yadier Fernández), el resto, declama sus parlamentos. Selma Morales parece de piedra con su ‘millonaria’ Odalys y actores importantes como Nieves Riovalles y Enrique Molina, están en roles secundarios y sin brillo. A Herón Vega, ni vale la pena mencionar.

Para algunos la novela es defendible por lo que dice. Pero hace rato, el qué y el cómo, han determinado sus jerarquías, siendo siempre la forma y no el contenido, lo que definitivamente, hace digno un producto audiovisual. Hablar no basta, también es necesario mostrarlo con corrección; caso contrario, no pasara de eso… de polvo… en el viento…

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es una pena que no se haya publicado la crítica. Porque está maravillosamente argumentada y tiene altura.

Me gustaría ver algo de esa novela para ver en lo que se asemeja a los bodrios de mi televisión local. Otra donde hay de sobra por dónde cortar.