PINTURA: LOS MUCHOS MUNDOS DE OLYMPYA ORTIZ


Si le preguntaran a cualquier persona cuántos mundos existen, obtendríamos tantas respuestas, como creencias espirituales conviven con nosotros. Un católico hablará de la Tierra, Paraíso y Purgatorio, lugar donde, según la voluntad expresa de la Santa Madre Iglesia, los menos afortunados moralmente van a purgar sus culpas e iniquidades. (leer más)

El budista puede que te hable del Nirvana, ese estado de gracia en el que está aquel que haya comulgado con la esencia divina – un mundo aparte en cierto sentido. Quien profese algún culto de origen yorùbá nos puede explicar sobre la existencia de nueve planos místicos (los Òrun), en los cuales se distribuyen las ‘almas’ según sus méritos o defectos.

Ahora, si indagamos por esta cuestión con un artista de la plástica, independientemente de su credo o confesión, este nos dirá que existen esos y su mundo particular, el que mediante su arte e intelecto, se refleja en el sinfín de soportes y recursos expresivos que están a nuestro alcance.

Ese es el caso de la artista cubana de la plástica Olimpia Ortiz Porcegué (Sancti Spíritus, Cuba, 1960). Olympya, como se conoce desde sus comienzos entre la grey intelectual cubana, es dueña de un don singular que podríamos equiparar a una especie de mediumidad, como la de la mayoría de aquellos que escogieron el arte como camino – es necesaria una sensibilidad casi sobrenatural para captar las sutiles señales que Dios, el Universo o quienquiera que sea nos envía para nuestro enriquecimiento intelectual y humano.

Sus cuadros son el mundo tangible visto a través de su pupila multi-decodificadora – valga el neologismo – e incluso un poco más allá. Es como si esta intensa artista de la generación de los 80 – hoy en día, desparramada por el mundo – tuviera la capacidad de mirar por las rendijas que en minúsculas dosis nos revelan lo que hay más allá de la cortina de lo material; como si ella tuviera la capacidad de adentrarse en el mundo del espíritu y traer a nosotros sus criaturas: unas luminosas y elevadas; y otras, la viva estampa del espanto y los horrores.

Su pintura habla de vicios y virtudes. Los primeros se presentan más, pues ante su naturaleza inconforme, cuestionadora, siempre crítica, no pasa por alto las cosas que más que molestarla, le duelen y la laceran. Ella sufre y padece las sombras del mundo en que le ha tocado vivir – aunque lo ha encarado con valentía excepcional – y hace de su arte un peculiar método de exorcismo y cura para sacarse de adentro los demonios que atentan contra todo lo que hoy es sagrado para el ser humano.

Ha tenido varias etapas, pero en todas ellas ha basado su expresividad en una fantasmagórica gama de personajes, con buena dosis de grotesco. Debe ser así que se presentan ante esta traductora de señales las cosas de este y el ‘otro’ (o los otros) mundo (s).

Heredera de una raigambre artística de siglos, como si fuera encarnación caribeña y de estos siglos (el XX y XXI) de grandes maestros de la plástica europea: Rubens, Rembrandt, Goya (con quien su identidad es aún más clara), Olympya hace de los colores lúgubres y su combinación el factor definitivo para crear esas densas atmósferas.

En su pintura abundan citas de grandes cuadros (ángeles, demonios, cruces, Cristos, mármoles y piedras…) y son recurrentes muchos elementos propios (columnas, calles, malecones, redes, anzuelos, mar… vacío).

Tampoco puede negar que es hija de su cultura mixta, mestiza. Junto a tan clásica iconografía conviven claros signos de la sincrética religión del cubano: eshús, ngangas, velas, palmas, plátanos, huevos, signos, firmas… todo un repertorio de mágicos atributos, sin los cuales la cubanía hoy, difícilmente, podría estar completa.

Y aunque en su más reciente zafra poética – porque ella es eso, una poetisa del pincel y a veces, incluso de la palabra, pues también escribe – se construyó sobre la base de los grises y afines, el ‘color’ va retornando a su obra poco a poco, como si retornase a su vida la esperanza (aun y cuando nada la preanuncia). ¿Será que hay algo porque luchar y vivir? ¡Claro que sí!

La prueba es esta obra multifacética y con vitalidad progresiva, que hasta ahora siempre ha tenido la capacidad de decir algo y no estancarse en los signos de lo predecible, lo gastado o lo complaciente. Esta obra que como un hacha de dos hojas se hunde en la carne del que prefiere un discurso único y totalitario, el discurso de la injusticia y la humillación de lo humano. Es el arma más revolucionaria y al mismo tiempo pacífica, que no busca hacer política, sino sembrar vida.

Contrario a la idea de que nadie es profeta en su tierra, Olympya ha sido acreedora en este 2009 de la Llave de la ciudad de Sancti Spíritus, que la vio nacer. Sabemos que estas distinciones se entregan más en el ocaso, que en el apogeo de la creatividad o accionar de una personalidad; sin embargo, la administración local decidió hacerlo y dedicarle la jornada por el 495 aniversario de la localidad.

Asimismo fue escogida en 2008 entre las 12 pintoras extranjeras más importantes de Alemania, donde expuso a principios de ese año. La casa Christie’s subastó una de sus creaciones. Algo semejante sucedió en los Estados Unidos, donde tuvo el privilegio de haber sido la única pintora cubana agraciada por la atención de la familia Rockfeller, uno de cuyos miembros adquirió un dibujo de la artista, en otra subasta. El MOAM de Nueva York (Museo de Arte Moderno) la tuvo hace poco entre sus paredes, en compañía de otros creadores de la isla, promovidos y curados por la norteamericana Linda Howe.

Y aunque su promoción en el país aún deja que desear, el respeto y reconocimiento de la clase artística hacia su creación es evidente. Ellos saben del alcance y los calibres de esta traductora de emociones y señales, Olympya Ortiz Porcegué.

****PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 12-11-09 EN EL PORTAL VOZ DE LA ATEI

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