TELENOVELAS Y TELENOVELAS. GÉNESIS Y DESARROLLO DEL ESPLENDOR BRASILEÑO****


Hay telenovelas y Telenovelas. Hasta hace poco las brasileñas eran de las que se escribían con mayúsculas, quedando del otro lado, casi unánimemente, las mexicanas, venezolanas, colombianas, argentinas y otras más. Y aunque el nivel de producción en Brasil sigue siendo altísimo, sólo comparable con Hollywood, la calidad artística y comunicativa de estos productos ha decaído en los últimos años de forma sensible. Ya lo decía Daniel Filho, otrora director y productor de la poderosa Rede Globo de TV: “las telenovelas mejoraron en producción, pero empeoraron en contenido”. Y eso que hablaba de los 90… ¡Qué podríamos esperar de estas épocas!

Bisnieta del folletín por entregas, nieta de las novelas de la radio cubana – pionera en estas lides lacrimógenas – e hija del culebrón despiadado de los años 60, la telenovela brasileña cobró por los años 70 una fuerza y pujanza inusitadas y todo gracias a dos factores: realismo y cultura.

Todo comenzó con Beto Rockfeller, de la extinta Red Tupí, la primera televisora brasileña. Mientras la competencia, básicamente la Excélcior y Récord, con discreta presencia de la Globo (novata por aquellos días), se empañaba en los patrones más rancios, para sacarle la lágrima y, de paso, el último centavo a sus cándidos espectadores, la emisora de los Diarios Asociados, de Assis Chautebriand, tocó la tecla por casualidad.

Sí, porque ella misma vivía de los lagrimones que aún conservaban el indiscutible sabor caribeño (El derecho de nacer, un clásico del género, logró reunir a 25 mil personas el día de su emisión final en un estadio de São Paulo) y nunca tuvo el tino de descubrir que poniendo al aire la historia de Braulio Pedroso, no sólo marcaba un hito de audiencia, sino que inauguraba toda una fase en la teledramaturgia de esa nación sudamericana.

Paradójico fue que no reparan los ejecutivos de este canal paulista en el potencial del producto que tenían. Fueron los directivos de la TV Globo, emisora situada en Río de Janeiro y propiedad del diario homónimo, los que no sólo aquilataron la fórmula, sino que la catalizaron y perfeccionaron hasta lo increíble.

La Globo nació para ser exitosa, y sabemos que el éxito siempre viene de la mano del escándalo. Nació casi con el golpe de estado del 1º de abril de 1964 y aunque la concesión para su funcionamiento fue otorgada por el gobierno previo, la dictadura nunca hizo nada por impedir su expansión, todo lo contrario, la aupó en lo posible, pues era parte de un plan global (curiosa la semejanza ¿no?) en el que la futura Red de Redes de Brasil jugaría un papel fundamental.

Su vinculación con el grupo mediático norteamericano Time-Life fue la base del primer escándalo en que se vio involucrada la recién nacida emisora. Contrario a lo establecido en el artículo 160 de la Constitución de la República Federativa del Brasil, el nuevo canal recibía no sólo ‘asesoramiento’ del exterior, sino también abultados medios económicos y prerrogativas de programación, que le daban ventaja ante la competencia (por ejemplo paquetes semanales de filmes exclusivos, entre otras).

Como si fuera poco, la cláusula # 5 del Contrato de ‘Asistencia técnica’ entre la Globo y Time Inc., de Nueva York, garantizaba a los americanos la administración y control de la programación de la televisora, como nos narra Luiz Ricardo Leitão en su libro ¿A dónde va la telenovela brasileña?. Para ello vendría Joe Wallach, que junto a José Bonifacio Sobrinho (el Boni) y Walter Clark (brasileño con nombre inglés), serían los artífices del crecimiento y metamorfosis de los estilos de trabajo y el contenido del nuevo proyecto comunicativo. Wallach estuvo desde 1965 hasta ¡1980! ‘asesorando’ a la emisora y Boni dirigió sus destinos hasta bien entrada la década del 90 y hoy, sigue recibiendo generosas sumas por su apoyo ideológico.

Así las cosas, como Roberto Marinho – hasta su reciente muerte, propietario de las Organizaciones Globo – era muy próximo a los estamentos de poder, la Globo siguió en el aire. Aunque la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigaciones) llegara a la conclusión que el vínculo con la Time-Life – roto en 12 años, luego de zanjar la deuda con el conglomerado norteamericano – era ilegítimo e ilegal y la CONTEL (Comisión Nacional de Telecomunicaciones) recomendara la suspensión de las emisiones del canal.

Esto laceraba la legalidad y era claro ejemplo de mala praxis, es verdad, pero no se puede negar el beneficio que produjo la aparición y perpetuación de la Globo en la dramaturgia televisiva brasileña (todo, obviamente sazonado con las circunstancias históricas, que fueron caldo de cultivo perfecto para una industria pujante, tanto en términos económicos, como culturales y artísticos, aun y cuando, muchos puristas de la estética la vean con escepticismo).

La TV Globo llegaba 15 años después a un mercado dominado por emisoras con patrones clásicos en su parrilla y administración. No existía el concepto de red, impuesto por la Globo, que copió a la majors norteamericanas (ABC, CBS, NBC). La Tupí, Excélcior y Récord tenían sus posiciones aseguradas en São Paulo, mientras que la TV Río, dominaba la Ciudad Maravillosa.

El plato fuerte de esas programaciones, tal como en la radio, eran los culebrones y los programas de auditorio, chismes y situaciones afines (los actuales reality).

Como entonces las novelas se hacían en vivo y se grababan, lo que posibilitaba comercializar el mismo producto en diversas plazas, imperaba el novelón lacrimógeno, al estilo de las clásicas radionovelas de Cuba, exportadas en los 40 y 50 al resto de América Latina, Brasil incluido. La primera radionovela brasileña fue la cubana En busca de la felicidad, de 1941, emitida por Radio Nacional. A ella siguieron muchas más. En la TV fue Tu vida me pertenece (Sua vida me pertence), que salió al aire en la Tupí en el mismo año 50, que se inauguró su señal.


La Globo tuvo que insertarse en ese espacio con sutileza. Su dramaturgia era endeble y poco apelativa, gracias a la filosofía que tenía Gloria Magadán, una cubana que salió huyendo con la Revolución y de paso se llevó toneladas de libretos, que aquí asesoraba, ya que era funcionaria de una de las jaboneras que patrocinó esos espacios en la radio nacional. Para ella, Brasil era un país poco romántico e indigna locación para una trepidante historia de amor. La guionista prefería folletines como Yo compro a esa mujer (especie de Conde de Montecristo a la cubana, firmada por Olga Ruilópez) o el Jeque de Agadir (un plagio radiofónico de aquella película de Valentino, donde el galán de los años 20 hacía de caudillo árabe de los desiertos).

Ante ese panorama, la Globo, tuvo que cercar los puntos flacos de los otros canales. Usó y abusó de fórmulas populacheras, como la que proponía el conductor Silvio Santos, un hombre venido de abajo y que hablaba a las masas en su lenguaje (contrario al estilo engolado y afectado de la época). Silvio es hoy en día propietario del SBT (Sistema Brasileño de Televisión), cuyo atractivo, básicamente, se ha basado en programación clase B, novelas mexicanas incluidas.

Así las cosas y apoyada por la naturaleza, la Globo logró colocar nueve entre los diez programas más vistos de Río de Janeiro. En São Paulo, apenas era uno, justamente el noveno. Unas inundaciones muy destructivas que asolaron la ex capital brasileña y su cobertura dieron el empujón necesario para que la gente descubriera la emisora del Jardín Botánico (donde estaba su sede principal), y con ella estas emisiones de cuño masivo.

Con los flancos cubiertos, la futura Venus Platinada, ahora necesitaba atacar el blanco principal de la competencia: la telenovela. Pero Boni, Clark y Wallach, fieras del mundo mediático, entendían que la cosa no era por el camino que proponía la retrógrada Magadán.

Beto Rockefeller rompía muchos esquemas: trajo la acción al Brasil actual; la dotó de criaturas creíbles, entre ellos su protagonista, un antihéroe de campeonato, que abandonó la tradición de galanes apuestos y gallardos; el diálogo era fresco, cotidiano, sin la perfección normativa y ajena al coloquio habitual del brasileño; y la música sonaba a moderno, a contrapelo del clasismo operístico que siempre imperó en las bandas sonoras de este género.

De ese modo, el triunvirato anterior, en particular Boni, despidió a la cubana y contrato a la esposa de un amigo suyo, Dias Gomes (dramaturgo de izquierda con un nombre ya en aquella época).

Janete Clair, tuvo la tarea de sacar la teledramaturgia de la emisora del bache. Para ello contaba con una previa experiencia radial y algunas emisoras de TV. La tarea no era fácil, pero la Clair, bautizada como la Maga de las Ocho, a partir de la década posterior, demostró inteligencia y habilidad. Mató en un efectivísimo terremoto a 35 de los 40 personajes de Anastacia, la mujer sin destino, trama heredada de su predecesora. ¡Imagen, el novelón hablaba de los sinsabores de Nastia, la hija del emperador ruso Nicolás II, que según chismes, había sobrevivido a la ejecución bolchevique y transcurría por Rusia y Europa!

Con una tripulación menos cargada y con un ritmo más ligero, Janete llevó a puerto seguro este barco, condenado al naufragio desde su génesis y se puso a buscar fórmulas más adecuadas para el momento. Así nació Velo de novia (Véu de noiva, 1969), cuyo remake, casualmente, hoy exhibe, sin mucho éxito, el SBT, bajo el título original de la radionovela que la inspiró: Véndese velo de novia.

Velo… trajo a las pantallas de la Globo una trama ambientada en el Río de esos días, con algunas escenas grabadas en exteriores y temática más cotidiana. Aún no era el Patrón Globo de Calidad, pero ya era algo diferente. Andrea (la eterna Regina Duarte) tiene un romance, como siempre, saturado de inconvenientes, con un corredor de motocross… ¡¿Quién mejor para darle movimiento a un espacio que no acostumbraba a ello?! Velo de novia se volvió un éxito inmediato, pero nada comparado con lo que sucedió un año más tarde con Hermanos coraje (Irmãos coragem), la trama que proyectó definitivamente a la Globo a escala nacional.

Justo por esas épocas, la Embratel (Empresa Brasileña de Telecomunicaciones) inauguraba su red nacional de microondas, lo cual permitió a la TV Globo, convertirse en poco rato en Red Globo y llevar su mensaje e imagen (muy propicias al régimen) a buena parte del territorio de Brasil. El primer programa emitido en cadena nacional fue el Jornal Nacional, noticiero que hasta hoy sigue siendo el informativo más visto del Brasil. Luego vino la telenovela.

Hermanos Coraje retrataba de forma simbólica la transformación de un país netamente agrario a una nación urbanizada (hoy de las de mayor concentración en el planeta, hasta 75%) y paralelamente, retrataba en tiempo de melodrama, las peripecias de una vida cotidiana marcada por la represión y la censura. Era un oeste a la brasileña, que traía elementos tales como la lucha por el poder, la posesión de la tierra, el fútbol (arma ideológica número uno del régimen militar) y evidentemente una buena dosis de situaciones folletinescas, como la personalidad doble de una de sus protagonistas, que daba gran margen a lecturas (por ejemplo: símbolos disimulados de las cosas que querían, pero no se podían decir, las dos caras que se han de tener en sociedades totalitarias, para bailar al son de lo establecido, sin dejar de ser uno mismo).

Hermanos… fue el primer gran éxito de la Globo, marcando índices de audiencia próximos a los 70 puntos. La competencia no fue capaz de sintetizar de forma tan hábil la realidad, quizás porque no se preocupó como la Globo de convocar plumas prestigiosas a tal efecto. Si bien Janete no era una gran dramaturga, su esposo, Dias Gomes, encargado de la Novela de las diez, sí. Con todo y eso, en su horario central, con historias más lineales y populares, ella hacía prodigios, de ahí su apelativo de Maga…

Ahí están Selva de piedra que logró un hecho aún inédito en las TVs competitivas de otros países: 100% de sintonía. Selva… se adelantaba por lo menos dos décadas y traía a la pantalla nacional los primeros evangélicos (que aún ni soñaban con su actual crecimiento y apogeo – cerca del 20% de los brasileños profesa algún culto protestante; la Record, 2ª emisora del Brasil es propiedad de la Iglesia Universal del Reino de Dios).

Pecado capital, retrató la escisión entre el pasado y el presente, lo antiguo y lo moderno en un evidente triángulo amoroso: millonario maduro y conservador, modelo suburbana pobre y taxista con aires marginales. Era el país convertido en heroína de folletín que se divide entre la tradicional cultura patriarcal y el nuevo modelo socio-ideológico de las clases medias y bajas.

Contrario a la sencillez narrativa del horario de las 8 (aún más simplificado a las 6 y a las 7, en el que también habían novelas: la primera, casi siempre una adaptación literaria, siguiendo las pretensiones culturosas de la dictadura, que quería dárselas de régimen culto, preocupado por la superación intelectual de las masas; y la segunda un folletín clásico, pero más ligero, que con el tiempo, hasta hoy, derivaría en la comedia) el espacio de la 10 era considerado novela para ‘intelectuales’.

Plumas como las de Dias Gomes, Oduvaldo Vianna Filho, Walter Durst y Jorge Andrade, venían del teatro. Casi todos eran de filiación izquierdista o semejante y casi todos eran sometidos a una férrea censura.

En sintonía con la idea de los militares de crear una TV midcult, término medio entre lo comercial y lo artístico y también ansiosa de ganar el público de las clases altas, que consumía más y ‘mejor’, la Globo buscó cooptar a intelectuales contrarios al sistema y ponerlos en función de su propio mensaje ideológico.

Ante la perspectiva de, al menos, poder escribir, ganar dinero y de paso ganarse una audiencia de 30 millones de personas, pocos se resistieron al llamado. No les quedaba más remedio. Era eso o nada, pues su teatro era perseguido y vetado.

Esta bocanada de aires intelectuales se hizo sentir con rapidez en la calidad final del producto, mucho más acabado artísticamente hablando y con proyecciones ideológicas profundas.

Verano rojo, Así en la tierra como en el cielo, El cursi, Bandera 2, El Bofe, El Bienamado, Los huesos del barón, El Espigón, El Rebú, Gabriela, El Grito, Saramandaia, Nina, El salto del gato y Señal de Alerta, trajeron a las pantallas toda una tradición de teatro comprometido, que si bien no sobrevivió a los embates del comercialismo, sí cumplió una misión muy específica en la época y dejó una huella indeleble en el estilo de hacer y escribir telenovelas en Brasil.

En particular El Bienamado y Saramandaia, ambos de Dias Gomes, se encargaron de dar la tónica del momento, gracias al uso del realismo mágico como recurso metafórico. La censura era tan violenta y obtusa que se cortaba incluso la mínima palabra que para ellos tuviera alguna implicación conflictiva. En La Esclava Isaura, hit de Gilberto Braga, que recorrió medio mundo, no se permitió hablar del flagelo de la esclavitud (¡imaginen, tamaña mancha en el expediente!) y en las demás novelas temas como el aborto, el divorcio, las infidelidades, la sexualidad manifiesta, etc., eran tabú.

De ahí que sus autores tuvieran que buscar en el baúl de sus imaginaciones formas y maneras alternativas para poder decir todas esas cosas que estaban entre pecho y espalda de una sociedad que iba en ascendente proceso de transformación social (de los más vertiginosos procesos de ruptura en el continente) y que necesariamente debía ser reflejado en los productos televisivos si es que se deseaba acertar en el blanco.

La TV Globo debía jugar en dos campos: responder a los intereses hegemónicos de la dictadura, que sólo quería un Brasil ‘lindo y próspero’ y buscar la identidad de un público – su fuente directa de ingresos, gracias a la publicidad – que sabía que no todo era tan ideal y que por ende no mordería el anzuelo tan fácilmente.

La emergencia de sectores, hasta ese momento disimulados o rebajados por las concepciones patriarcales establecidas (mujeres, negros, minorías de toda índole) hizo que la TV pusiera su atención en ellos. Si consumían, eran objetos de la industria publicitaria. Gracias a su éxito novelero la Globo pasó a monopolizar hasta un 70% de todo el presupuesto propagandístico de la época (hoy en día el pastel se ha redistribuido mejor, aunque la Globo, mantiene la tajada mayor, visto que aún domina el mercado con sus altas audiencias). Era necesario adecuar su programación al gusto de ese público emergente.

Así empiezan a jubilarse las heroínas indefensas y virginales y en su lugar proliferan mujeres batalladoras con los pies puestos en la tierra, que como en toda buena telenovela sufren, nadie lo niega, pero no con la misma pasividad de otrora. De paso se satisface a la ideología ‘oficial’ de la casa: la ascensión, presente en todos los folletines, quizás, desde Eugene Sue. En las congéneres latinoamericanas, ésta, aún se consigue mediante el matrimonio ventajoso inter-clase. En las brasileñas, clásico ejemplo lo tenemos en Vale todo (1988-89), es la fuerza y el empuje, así como la capacidad emprendedora, lo que hace a los personajes sobreponerse a las dificultades y triunfar.

El tiempo avanza y el realismo de otrora se vuelve ‘naturalismo’ (las cosas suceden como acostumbramos a verlas en el día a día). La caída de la dictadura, la apertura previa, permiten una mayor variedad temática. Dancin’Days (1978-1979), del mencionado Braga, trae otra trama arquetípica. Su protagonista sale de prisión y luego de un sinfín de tribulaciones se vuelve diva de las columnas sociales, tal como el país, que vive la mutación de la dictadura represiva hacia un sistema más ‘democrático’ (la época de Figueiredo) y por ende más ‘feliz’.

Braga encontró la fórmula perfecta para expresar la felicidad y euforia de estos ‘días de baile’ en las discotecas. Fue una curiosa simbiosis entre realidad y ficción. No dudo que la discoteca ya estuviera dejándose sentir como moda entre los brasileños, pero lo que las convirtió en un hito verdadero fue la novela, que probó otra capacidad: la de socializar los fenómenos, cualesquiera que fueran.

Gracias al folletín también se impusieron los jeans, las alas-delta y muchas otros hábitos. Días de baile inauguró otro estilo: el lenguaje audiovisual dinámico, con abundancia de personajes y situaciones; la sofisticación se hizo patente y empezaron a filtrarse usos y costumbres de las clases altas (como el gusto por la música clásica, el psicoanálisis, el uso de idiomas, la presunta fineza natural de esos personajes, hasta el momento apenas opulentos y sin características demasiado verídicas). Además, la telenovela se volvió en un producto cargado de glamour y purpurina.

El repertorio cultural de Braga debe haber influido, a no dudarlo, en estas transformaciones. Profesor de francés, diplomático fallido y crítico de cine, Gilberto vertió todo su arsenal de referencias en sus seriados. En otras televisiones esta marca de autor es inviable, lo que importa es el patrón estándar acuñado, pues la similitud garantiza la identificación inmediata y esta, automáticamente, lleva al éxito. No hay que descubrir nada nuevo. Ya todo está masticado y digerido. En la Globo, sin embargo, como en la literatura comercial, es el estilo de cada autor, el pilar del triunfo y a veces más vale la firma que el contenido de la trama en sí.

Luego de Dancin’Days, tramas más lineales y simples, como las de Janete Clair, perdían brillo y la reina del horario (con El Semidios, El Astro, Dos vidas, Padre Héroe) tuvo que ceder el cetro a su pupilo más aventajado, “el mejor de todos”, según sus palabras textuales.

El estilo de Braga estuvo vigente hasta su obra climática, la mencionada Vale todo, que con sus denuncias y críticas sociales consiguió situarse como la segunda tramas más vista en la historia de Brasil, sólo superada por Roque Santeiro, de Dias Gomes y Aguinaldo Silva, que ya en 1985 demostraba la pujanza y pervivencia de lo rural en el imaginario colectivo brasileño. En los 90 esta tendencia por lo campestre, en una sociedad sumamente urbanizada, se hizo más tangible.

Nuevamente la ascensión económica de otro segmento del mercado, hasta ese instante preterido, el sector interiorano del estado de São Paulo (economía número 1 del país, quizás sólo superada por su ciudad-capital, donde hay suficientes migrantes del campo), moldea las ‘estéticas’ televisivas y de la cultura de masa en general. La música sertaneja o caipira, domina las paradas de éxito y el campo vuelve a las pantallas gracias a Pantanal, Renacer y El Rey del Ganado, del ultraconservador con manías sociales Benedito Ruy Barbosa, que pasó dos décadas en el poco expresivo horario de las seis.

Manoel Carlos, otro autor simplista y de narrativa pobre, también emigra de las novelas de la tarde y se instala en el horario estelar con obras marcadas por el color de rosa y la apuesta por la pseudo-cotidianidad. La desideologización de la sociedad brasileña se hace evidente con el éxito de estas tramas difusas y cargadas de pretenciosos retratos, en tono menor, de situaciones polémicas y agudas del día a día. Aquí todo se resuelve, como es consustancial al melodrama, en el campo de lo sentimental y sus denuncias sociales, jamás alcanzan la agudeza de tramas de décadas anteriores.

Así pues la Globo, pálida copia de sí misma, trata de buscar fórmulas para mantenerse en la cresta de la ola y luchar contra la competencia, que aunque no la supere, le roba preciosos puntos, como ella misma hizo allá por los 60. La promoción de nuevos autores es una de las salidas, pero salvo João Emanuel Carneiro y Walcyr Carrasco, no han aparecido nombres significativos. El panorama no mejora y los números bajan. Vamos a ver qué le reserva el futuro a la Venus… quizás le pase como a la de Milo, que incluso sin brazos, continúa siendo admirada. Sería señal de los tiempos que corren…

****PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 03/09/09 EN EL PORTAL VOZ DE LA ATEI

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