¿Qué ha pasado con la
radionovela cubana? Un oficio único, de 80 años y casi desaparecido en el
mundo, corre aquí el mismo riesgo y no por la competencia de la TV u otros
medios. Es como aquel viejo chiste: “el tango no ha muerto… ¡lo vamos a matar
nosotros!”
Haga la prueba,
sintonice Radio Progreso, a las 10:45 a.m. y oirá a una Nila Sánchez en un rol
de jovencita, Arletty Roque Fuentes, de anciana, un galán de voz poco
privilegiada y una protagonista que, textualmente, lee su libreto, porque es
imposible actuarlo: es una nota oficial.
Tu
novela de amor, el carro insignia de la radionovela
cubana, hoy pena con historias mal escritas, mal actuadas y tampoco bien
dirigidas.
¿Qué dirán Norma Abad o
Joaquín Cuartas? No quiero ni pensarlo. Al final, fue su criatura. La que
asesora y guionista nutrieron durante años. Y con tanto éxito.
Con mil penurias, sobre
todo la escasez de voces y narradores, la radio nacional insiste en un género
desterrado hace tiempo del éter del mundo, pero no honra lo mejor producido en
ese campo que, sin falsas modestias, era cubano.
La escala industrial
sigue. Son siete novelas en Progreso (sin contar cuentos, teatros y aventuras),
por lo menos cinco en Radio Arte (que también produce infantiles y didácticos),
más las emisoras provinciales que también realizan (entre ellas, la W de Santa
Clara, que tuvo folletines notables con elencos de primera).
Radio Arte graba dos
capítulos por serie. Progreso uno. Todos los días. No siempre se cumplen los
esquemas, pero al final sale. Es un medio muy expedito, aunque ya no tan
agradecido (la TV, tarde, pero se adueñó del público vespertino y también de
las mañanas).
Pocos actores quieren
dedicarse a él. Jóvenes menos. Y los que lo hacen no tienen las condiciones. Ya
no hay Auroras Pitas, ni Margaritas Balboa. ‘Rita’ se murió. Irela, sólo hace
TV. Y las pocas que ‘importaron’ de provincia – de esa misma W – se jubilaron o
no hicieron la diferencia, ante un mar de voces idénticas, sin color ni cuerpo
y mucho menos arte.
De la generación
intermedia sólo quedan la Rúa, Leonor Cabal y alguna que otra voz de oro que se
me escapa de la mente. Mil perdones a todas ellas. Y las grandes que no
mencioné arriba. Son demasiadas.
De galanes, ni
hablemos. En Cuba esa es una especie en veda. Así como el narrador.
Marlón Alarcón Santana
pronto se jubila. Su hermano Luis, saca la cara por la clase. Otto Dariel, se
metió a actor (y actor no era). El resto… es el resto. Narrar era un arte
dentro del ‘arte’ de la radionovela.
Pero la pata coja,
siguen siendo los guiones. Adaptaciones fusiladas de los libros. Novelas
plagadas de marginalidad y trivialidades, como única opción de cubanía. Textos
que van desde lo burocrático a lo tonto. Y una sustancia dramática pobre, muy
pobre.
Para colmo, la
escritura radial es un viacrucis. Algunos autores entregan cinco capítulos por
mes (cuando se emiten veinte). Capítulos de ocho cuartillas máximo. Y aún así,
no tienen ni la pericia literaria, ni la calidad comunicativa.
En el vórtice, continúan
las asesoras omnipotentes, pero no siempre competentes.
La tarea es titánica. ¿Quién
convence al que ‘no ve’? Entonces, pagan justos por pecadores. Aunque los
‘pecadores’ parecen tener mejor suerte (si no, ¿cómo sale tanto bodrio al aire?)
Sabe Dios. Quizás son
señales de los tiempos. Que ya es hora de parar (a pesar de ser la salida para
muchos creadores y artistas). La radio no está peor que la TV. Pero hoy la desproporción
entre calidad y costo es nítida.
Esta industria mantenida artificialmente
cuesta millones de pesos al año. Y no tiene salida. La radionovela es difícil
de exportar, porque no paga los derechos de su música. Tampoco tiene atención
de la clase artística, pues ni crítica se le hace (las últimas fueron de Ilse
Bulit, que yo recuerde).
Así pues ¿cuál es la
solución? ¿Tomar la dura decisión y cortar gastos? ¿O desangrar el presupuesto de
a poco, haciendo que nos avergoncemos de algo que siempre nos dio tanto
orgullo? Mejorar la calidad podría estar en las opciones…
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