Tras la huella: picadillo de serie


Por: Antón Vélez Bichkov

Un buen guión en las manos equivocadas puede volverse picadillo. Quien vio el Tras la huella del domingo tres, sabe de lo que hablo.

Un caso inusualmente interesante y bien estructurado, fue despedazado, en el más estricto sentido de la palabra, por una edición errática y poco afortunada. (leer más)

Con ánimo darle ritmo, la directora Loisys Inclán, optó por cortar e intercalar casi todas las escenas, creando inexistentes y molestas secuencias que no se articularon ni visual, ni dramatúrgicamente.

No hubo una situación que se desarrollara por completo, sin esa segmentación casi demente, que tuvo al público en vilo y a los actores ‘cortados en trocitos’. 

Podríamos pensar que así fue concebido, y si fue, craso error. Pero es virtualmente imposible – aunque sucede y más de la cuenta – escribir escenas de peso con una o dos palabras (a menos que lo requieran).

Más, cuando es evidente, que sus contenidos tienen un tempo y una coherencia internos y que fueron actuados como un todo, no como los fragmentos de un gran mosaico ‘postmoderno’.

Pero la mejor prueba son otros Tras la huella dirigidos por la Inclán en que idéntico defecto se impone como una poco favorable marca personal.

Ok, los libretos no son perfectos. No siempre tienen el ritmo de un audiovisual moderno. Pero hay una diferencia entre ‘moverlo un poco’ – cosa que se trata desde la realización misma – y volverlo una colcha de retazos que no respete la más elemental estructura del drama.

Todas las escuelas del guión enseñan que una escena es una unidad dramática que, como cualquier sujeto de este arte,  tiene introducción, nudo y desenlace. Desde Aristóteles.

Los cortes no se dan arbitrariamente y requieren de un ‘tiempo de gracia’ (llamémosle así) para que el tránsito a la siguiente no sea abrupto.

No todos los editores se ganan un Emmy, ni siquiera un Caracol, pero hay cosas que se saben. Sobre todo, cuando el resultado se hace tan patente como aquí. 

La segunda parte estuvo mejor amarrada, aunque de vez en cuando a la Inclán se le iba nuevamente la ‘tijera’ (un poco de síntesis y menos ‘folclor policíaco’ habría ayudado a condensar el caso en una, pero no le hace…).

Desde que se creó, Tras la huella, no tiene altos estándares de realización y, con dignas excepciones, se ha caracterizado por una visualidad más bien conservadora. La introducción de sangre joven ha logrado refrescar el programa… pero al mismo tiempo trae trazos de inexperiencia, que no pueden volverse sinónimo de ‘opción estética’.

Lo que vimos no fue resultado de un experimento audiovisual o el intento de hacer una TV más moderna. Más bien una mala forma de hacerla. Aunque muchos ni se den cuenta...     

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