Un buen guión en las
manos equivocadas puede volverse picadillo. Quien vio el Tras la huella del domingo tres, sabe de lo que hablo.
Un caso inusualmente
interesante y bien estructurado, fue despedazado, en el más estricto sentido de
la palabra, por una edición errática y poco afortunada. (leer más)
Con ánimo darle ritmo, la directora Loisys Inclán, optó por cortar e intercalar casi todas las escenas, creando inexistentes y molestas secuencias que no se articularon ni visual, ni dramatúrgicamente.
No hubo una situación
que se desarrollara por completo, sin esa segmentación casi demente, que tuvo
al público en vilo y a los actores ‘cortados en trocitos’.
Podríamos pensar que así fue concebido, y si fue, craso error. Pero es virtualmente imposible – aunque sucede y más de la cuenta – escribir escenas de peso con una o dos palabras (a menos que lo requieran).
Podríamos pensar que así fue concebido, y si fue, craso error. Pero es virtualmente imposible – aunque sucede y más de la cuenta – escribir escenas de peso con una o dos palabras (a menos que lo requieran).
Más, cuando es
evidente, que sus contenidos tienen un tempo y una coherencia internos y que
fueron actuados como un todo, no como los fragmentos de un gran mosaico ‘postmoderno’.
Pero la mejor prueba
son otros Tras la huella dirigidos por la Inclán en que idéntico defecto se
impone como una poco favorable marca personal.
Ok, los libretos no son
perfectos. No siempre tienen el ritmo de un audiovisual moderno. Pero hay una
diferencia entre ‘moverlo un poco’ – cosa que se trata desde la realización
misma – y volverlo una colcha de retazos que no respete la más elemental
estructura del drama.
Todas las escuelas del
guión enseñan que una escena es una unidad dramática que, como cualquier sujeto
de este arte, tiene introducción, nudo y
desenlace. Desde Aristóteles.
Los cortes no se dan
arbitrariamente y requieren de un ‘tiempo de gracia’ (llamémosle así) para que
el tránsito a la siguiente no sea abrupto.
No todos los editores
se ganan un Emmy, ni siquiera un
Caracol, pero hay cosas que se saben. Sobre todo, cuando el resultado se hace
tan patente como aquí.
La segunda parte estuvo
mejor amarrada, aunque de vez en cuando a la Inclán se le iba nuevamente la ‘tijera’
(un poco de síntesis y menos ‘folclor policíaco’ habría ayudado a condensar el
caso en una, pero no le hace…).
Desde que se creó, Tras
la huella, no tiene altos estándares de realización y, con dignas excepciones,
se ha caracterizado por una visualidad más bien conservadora. La introducción
de sangre joven ha logrado refrescar el programa… pero al mismo tiempo trae
trazos de inexperiencia, que no pueden volverse sinónimo de ‘opción estética’.
Lo que vimos no fue
resultado de un experimento audiovisual o el intento de hacer una TV más
moderna. Más bien una mala forma de hacerla. Aunque muchos ni se den
cuenta...
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