La Valdés: ¡ay Mamá Inés!


Por: Antón Vélez Bichkov

“¡Ay, mamá Inés!” hay que exclamar cuando oímos el tema de E. Grenet en voz de Yanet Valdés (o sencillamente La Valdés). 

Yanet, una cantante hecha más que establecida (difícil establecerse en estos días a partir de presupuestos de calidad), se presentó la noche de este domingo 6 de noviembre en la Fábrica de Arte Cubano (FAC), cercada de buenos músicos y buenos números musicales.  

Alejandro Meroño, su compañero y director musical del grupo, le dio forma a nueve temas prácticamente incorporados en el ADN de los pueblos.

Sombras, Fiebre de ti, No puedo ser feliz, Nostalgia, Amor fugaz, la mencionada Mamá Inés y ¡Qué me castigue Dios!, célebre en la voz jacarandosa e irreverente de Celeste Mendoza, arroparon dos piezas del repertorio anglo Round Midnight & Lover Man (Oh, Where Can You Be?), particularmente asociada, nada más y nada menos, que con Billie Hollyday.

Muchos de ellos ‘irreconocibles’ – en el buen sentido – en esta voz de sorpresiva potencia que se disimula a sí misma en medio de los sutiles arabescos de su canto y es entonces cuando crece, intempestiva, en erupciones de pasión y sentimiento.

Cuando la conocí, me parecía que le quedaban mejor los standards americanos – es que le quedan tan bien – pero con el tiempo he conocido y reconocido otra Yanet: la que he dado en llamar La Valdés con artículo definido. Aquella que hace la música de Cuba con la misma vibra extraordinaria que le sentía en los temas en inglés.

Más que recrear los clásicos, La Valdés y Meroño, los cogen de pretexto para hacer una música suya, muy suya en la que confluye un caudal de referentes y no pocas verdades propias. Las del arte y la emoción, las únicas que dicen la última palabra cuando de creación hablamos.

El sonido de La Valdés se está construyendo meticulosa y conscientemente. Construcción no es sinónimo de frialdad o cálculo. Es el sentido de un arte que quiere superarse a sí mismo, con la consciencia de lo que ya se ha dicho o hecho. Es el buscar un color único que de sólo asomarse nos diga: ¡es fulano!

La tarea no es fácil. En un mundo lleno de cantantes y músicos producidos en fotocopiadora, el asunto ya no es descollar, es al menos ser y si es posible serlo con mayúscula. El sentido industrial del universo de la música dejó las fábricas, donde se imprimen discos por millones y se instaló en las oficinas y lo que es peor los estudios.

Así, Meroño – graduado de composición en el ISA hace tres años y que sueña, como todo músico que se respete, en hacer su sinfonía – busca los caminos desde la razón hacia lo puramente visceral. 

En sus manos, La Valdés es algo más que un mero conejillo de Indias. Es el Instrumento, la Musa, la Obra misma… pues incluso antes de que conocieran, la intérprete ya tenía credenciales propias.

En esta intención de re-crear, re-vestir y modernizar, se van quizás algunos detalles. Ejemplo: el beat medio funk, medio jazz, que pone a bailar, pero deja de lado los textos y los contextos dramáticos de un par de canciones, que a veces – sobre todo cuando son muy conocidas – parecen divorciarse un poco de su nuevo sonido que en lo demás es impecable.

Ahí tenemos Nostalgia, de 1936. Musicalizado por Juan Carlos Cobián a partir de una pieza del poeta Enrique Cadícamo, este tango es un típico córtate-las-venas. Parroquiano habitual de bares y cantinas, traductor de penas y pesares, ha sonado en muchas gargantas… la mayoría, recalcando el lado patético – que siempre es un riesgo.  

Un arreglo más ‘oscuro’, un tin más de ‘atmósfera’ acompañaría el mensaje y la ‘entrega’ – algo en que me fijo mucho, digamos, por deformación profesional y por tener la escuela de las cantantes brasileñas como parangón supremo. Si hay drama en el texto, lo tiene que haber en la música y en la escena. Siempre cuidando de no pasar el límite del mal gusto que es demasiado tenue (aunque muchos vean los excesos como la mejor medida del talento).  

En este personalísimo Nostalgia Yanet estuvo ahí: plena, al borde de… La orquestación, también, a su modo. Pero nunca estuvieron juntos…

Ya de Mamá Inés no se puede decir lo mismo. Un matrimonio perfecto, entre intensión, voz y resultado. Yanet, escudada por el magnífico arreglo, capta todos los tonos de su personaje lírico, yendo más allá, por ejemplo, de una Merceditas Valdés, que en su día le supo dar colores a la pieza. No por gusto los propios artistas reconocen que es su producto más terminado en la presente fase creativa. 

Del público, que es el 50% del espectáculo ¿qué decir? No todos le hicieron justicia a La Valdés esta noche. La Fábrica es el sueño de cualquier artista. La familia Alfonso ha creado un espacio único para la intelectualidad en un sentido amplio (salvo en la política de precios, tan ‘cosmopolita’ como su ambiente… a veces parecería que de verdad estamos en Nueva York o París, no sólo por el toque del ambiente, sino por el tarifario bastante inflado). Pero a Yanet hay que ir a oírla. A un teatro, lejos de la simple coincidencia espacial y las distracciones etílicas.

Incluso, en ese mismo escenario, con sus climas y técnicas exquisitas, valdría un poco más de atención a ésta, que no es como aseguró un jazzista renombrado una simple promesa. Yanet ya es un hecho. Yanet es una artista. Yanet es La Valdés. 

Foto: FB de la intérprete.

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