Por: Antón Vélez Bichkov
Con la misma escenografía de Sonando en Cuba (o, al
menos, muy parecida) se estrenó la noche de este domingo Quién vive con la rara
encomienda de ‘presentar el talento universitario’ en pantalla.
Y digo rara, pues de buenas a primeras la TV se ha
dispuesto a sacar todo lo que suene artístico con el fin de cubrir espacios a
veces vacuos, a veces ocupados con una cultura ‘indeseable’.
El ‘talento’ no parece haber dado para más de cuatro
‘galas’ (el formato ya usual ronda los ocho/nueve programas) y no está en
competencia. Sólo en evidencia, para que lo ‘conozcamos’.
No bastan entonces todas las luces y la parafernalia
que nos sedujeron en las primeras ofertas de RTV. Habría que tener algo más que
un ‘festival de la FEU’ con purpurina para lograr un programa con todas las de
la ley.
Nadie niega que la cantera universitaria es rica. Yo
digo que muchos cursan una carrera para devenir artistas. Pero todo tiene su sitio
y el del aficionado es la ‘escuela’.
Comúnmente, quien estudia algo no afín al arte lo hace
por hobby. Su espacio natural son los canales de extensión universitaria que hacen
de lo cultural un plus de su formación integral, no un fin. O sea que ese no
puede ser el pretexto.
En la concreta, la ‘cultura’ brilló por su ausencia. Brillo... el de las lentejuelas.
Parejas de baile. Equilibristas. No está claro si profesionales
o amateur. En un momento vimos al Ballet de la TV, esa estructura poco útil, a
la que se le inventan espacios para justificar su existencia. Todos, dándole
aires de cabaret o algo realmente antiguo.
No que los cuerpos de baile no lo sean o ya no se usen
en el mundo. Pero resolver un show entero con parejas correteando por la escena,
ilustrando ardores y penurias, cuando menos, luce cursi.
La mayoría de los solistas no hizo más que imitar lo
que cotidianamente consumen en los medios cantando a Arlenis, La Pantoja, Leoni
Torres o Van Van. Sin una impronta propia u original.
Ni siquiera con derecho a que se les individualizara
como tal más allá de un cintillo.
La imitación es el primer camino del artista. Cuando
ésta se transforma en algo diferente la llamamos ‘referencia’. Mientras no
sucede no pasa de una copia. Lo cual es objeto de otro tipo de emisión.
Quizás la idea original era hacer un Sonando... de la
FEU y el repertorio no alcanzó. Pero incluso ahí no se justifica, pues la
fórmula del reality no es infinita y
son muchos los profesionales sin canal, para abrirle tantos a los que no lo son
y quizás no lo valen.
No hay dudas que el público universitario es intenso.
Tanto por la calidez de la acogida (extraña, pues el auditorio era habanero y
el elenco de toda Cuba ¿los conocían ya?) como por la despedida entusiasta. Para
una platea medio desolada, como nos reveló la cámara indiscreta, había más
aplausos de la cuenta.
El toque didáctico no podía faltar, puesto que el
entretenimiento puro es pecado capital de nuestros medios. No será por eso que
la gente se aliena con el audiovisual más tonto. Tanto didactismo cansa.
Para rematar, el otro extremo: una Charanga Latina, que
confunde esparcimiento con farándula, seguida de un Santiago Feliú, que ya no
es parte de la banda sonora de la juventud de Cuba e insertado medio de
contrabando en un reportaje de provincia.
Cóctel nada coherente, que 1) nos habla del realizador
promedio que lo resuelve todo con timba; 2) no muestra la pluralidad de un
estudiantado que hace mucho tiene otros referentes. El repertorio que ellos mismos
escogieron lo probó con creces.
PS. Quién vive salió al aire con promoción nula en una
temporada de fin de año que no acaba de establecerse en la costumbre del
espectador. Entre otras cosas, por su pobre difusión…
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