De Corín Tellado a Maité Vera

Por: Antón Vélez Bichkov ©
Si algo causa fricciones en la TVC es la relación guionista/director que aquí debía fluir con armonía – por converger en una persona ambas funciones – ¡y sin embargo! la puesta no logra captar todas las intencionalidades en un libreto que, a su vez, peca de omisiones/pies forzados psicológicos y un retrato muy poco verídico de los juristas 
Raquel González dirigiendo su serie De amores y esperanzas

De amores y esperanzas podía ser una serie impecable. Tenía varios ases en la manga.  
El mayor de ellos escapa a la percepción del público: quien escribe y dirige es una sola persona.
Sí, amigos, contrario a lo que se piensa, en el mundo audiovisual, los dramas principales suceden fuera de la pantalla.
Entre el realizador y el guionista que como criaturas ‘creadoras’, necesariamente, han de ser criaturas vanidosas.  
Más en el contexto criollo, que los guiones, por lo general, no resisten al examen de la crítica y los directores se creen, como mínimo, un ¡Akira Kurosawa!
No existe compromiso con el libreto; rara vez se pacta con él; y en los casos que sí, falta oficio. Así de desgastada están ambas profesiones en la isla.
Me llama la atención, amén de la dramaturgia mediana, colmada de agujeros, la incapacidad de Raquel de ‘interpretar’ su propio texto.
Algo que ya vimos en la 1ª temporada y aquí gana tintes más oscuros por disponer de una tecnología de primera y un realizador de imagen que sabe hacerle los honores[1].
La actriz devenida dramaturga, no supo traducir la intencionalidad de su guión, aun y cuando ésta no supera lo más básico y el libreto es bastante discreto en el tópico escritura.
Tampoco se decide en la organización de su relato.
Si es una serie sobre casos con pinceladas de la vida del bufete. O una serie sobre sus abogados que, de vez en cuando, aborda algún que otro caso jurídico.
En el debut estaba un tin más claro. Aunque igual de edulcorado y mal tratado (maltratado) el universo de las leyes.
En la práctica, fue una especie de mininovela, en que las tramas se alternaron a capricho, sin orden, ni principio, lo cual sabemos no es un principio del drama.
Faltó, como señalaron muchos, un preludio para refrescar los lances de la primera etapa, separados de la actual casi por dos años, imposibles de suplir con la esquiva acción de la memoria.
Fue una opción de la escritora. Y fue una mala opción. La dramaturgia lleva información. Su abuso redunda en textos rebosados. Su falta no cincela la consciencia.
Sin despreciar la integración activa, ni menospreciar la inteligencia del que mira, el consumo audiovisual, más si de TV se trata, lleva guías y señales.
La falta de estructura fija es un menos grande para cualquier dramatizado, pues lejos de ser una camisa de fuerza, garantiza su espacio a las prioridades narrativas.
Las informaciones entraron en momentos que tocaban clímax. Hubo capítulos que debutan con clímax sacados de la nada (como la extemporánea confesión de Loreta sobre el abuso sexual en la escuela, que fue tan mal trabajada).
Los casos fueron virtualmente incrustados en la vida de los juristas, cuyas cuitas interesaban más que las otras situaciones de la vida (las más realistas y menos maquilladas).
Contrario a la lógica de las temporadas, algunas líneas venían de la primera y se solucionaron en la segunda; las temporadas se trabajan como una unidad dramática cerrada, con introducción, nudo y desenlace, incluso en las soap-operas, telenovelas diurnas, algunas de las cuales duraron 50 años a base de hacer una novela ‘nueva’ cada año (con los mismos personajes y el mismo elenco).
Hay líneas que atraviesan toda la serie y se mantienen como el gran misterio o gancho; aquí se corría el riesgo de que nunca supiéramos quién era la madre de Pável y cuál era la verdadera naturaleza de la relación con el Jibarito, si no hubiera una segunda parte, la que estuvo en veremos, según nos dicen. 
De hecho, este giro novelesco, en los moldes de Corín Tellado o Félix B. Caignet, nunca creó expectativa, porque no se sembró. 
González no demostró oído para el diálogo. Didácticos, a veces francamente atroces, nos presentaron cartillas o declaraciones rimbombantes en el peor estilo de la mala propaganda (“las personas que tratan con público deberían ser amables”) y parrafadas sin la médula, ni la sonoridad de los buenos parlamentos.
Los guiños, burdos, sobre problemas cotidianos con la supuesta dosis crítica, debían lavar el exceso de laca de otros momentos en que los juristas parecían habitar otro planeta.
Tanto barniz, así como el evidente toque femenino, que suaviza las agruras, debió haber contribuido a su ‘éxito’.
En lo personal, los bandos en pugna a mí me lucieron muy abigarrados. Gritaban mucho. Se ofendían demasiado. La guerra es guerra[2]. Bien.
Pero me parecía ver la misma escena en cada episodio. Lo cual amén de ser parte de la dinámica del seriado, con su episodio cero y sus segmentos obligados, lleva matices para que el proceso merezca el apellido 'creativo'.  
Los abogados, idealizados en el mejor estilo de las novelas por sindicatos, transitaron sin contradicciones más allá de los chismes y problemas de convivencia, cuando el ejercicio del derecho está signado por muchos lastres que provoca el estado de cosas.
Aunque no me parezca imposible, estos letrados se enfrentaron demasiado en los casos, como si no hubiera otros bufetes en La Habana. Tampoco le aportaban la sal de la competencia que le da un sabor mucho más interesante a estas historias.
El léxico jurídico no siempre fue empleado con pericia; los casos tuvieron soluciones cuestionables y el espíritu de estos juristas no capta la verdadera forma y esencia de estos profesionales que, como todos, tienen una marca que las series americanas de abogados atrapan muy bien.
Ante una situación tal, difícil que los actores sacaran sus personajes con dignidad.
Empezando por Coralita, ‘reinando’ en su trono de jueza y Edith, que en aras de lucir ‘profesional’ mastica demasiado su texto y se muestra – como todos los abogados de la serie – más comprometida de la cuenta con los casos, al punto de tener exabruptos pocos éticos con los clientes (en que se mezclan actuación y texto).
La mayoría habla maravillas y se entiende: RTV es una empresa generosa ¿quién se quiere privar del acceso a ella? pero no se aprecia aquí la mano de la actriz que sabe dirigir a los colegas por haber estado en su pellejo. 

Tampoco sale la ‘experiencia’ acumulada en la radio o el doblaje, muy diferentes de dramatizados de este tipo.
Por todo ello, esta buena idea quedó en la intención y lo más triste es que haya sido su propia creadora quien no la supiera llevar a puerto seguro, cuando no hay nadie que conozca mejor su criatura que la madre.


[1] Con todo y las inexplicables opciones visuales.  Vimos personajes en tercer plano, con diálogo en primero, como en el cap. 1º, cuando los niños de la escuela especial taparon la plática de madre e hija, luego el diálogo de la hija con el padre al fondo de la casa, sin que les viéramos las caras, sólo distantes bultos, como en el 11º, la escena en el parque entre el abogado y la futura novia.

[2] Al final, quedó la sensación que sólo se acude a un abogado cuando el conflicto trasborda lo tolerable y pasa a la violencia física, cuando la asistencia letrada es recomendable en muchos aspectos de la vida. Ello prueba la poca cultura jurídica que la serie no hizo nada por enriquecer. 

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