La sal del paraíso o donde dije digo, digo ¡Diego!



O vista hace fe: extractos de opiniones contradictorias de un crítico

Por: Antón Vélez Bichkov

Hace poco hablé de la crítica pretenciosa y malfundamentada. Se me olvidó, no obstante, hablar de la crítica desmemoriada o de cómo es preciso hacer malabares para siempre caer de pie.

Joel del Río, geógrafo, devenido ‘especialista en medios’, por las artes de la determinación y también del azar – como él mismo ‘confesara’ semanas ha en el programa de Irela – sin verla se ha metido en la polémica de La Sal del Paraíso.

Y no sé si tenga que decirles de qué lado se puso el crítico. Lo que Joel piensa nos lo sabemos de memoria. Lo leo desde la adolescencia y cansado estoy de entender ¡que a él no le gustan las telenovelas! 

Triste encargo, entonces, el tener que analizarlas para, generalmente, dejar caer la guillotina (y si son brasileñas más… increíble, pero cierto, hasta en eso el regusto patriotero se sale y es capaz de descaracterizar a un menguado, pero competente Aguinaldo Silva y exaltar a una, francamente, ineficiente Maité Vera, la cual se despidió de la vida sin legar una obra más sólida, tanto en lo artístico, como lo ‘comunicativo’).

Tras hacer un resumen de lo publicado sobre el tema, citándome incluso a mí (perdóname Señor, pero no soy digno, ‘etc., etc.’) corona su escrito con una conclusión que si no estuviéramos familiarizados con su estilo y obra, nos parecería no sólo estrafalaria – por el exceso de pompa – sino contradictoria:

“Opino, junto con Pedro de la Hoz, que “la telenovela ni ninguna obra tienen la obligación de ser a priori compendios sociológicos totalizadores, ni moralmente edificantes, ni pedagógicamente instrumentales”. De modo que condenar la obra por su “excesiva dosis de realismo” me parece actitud complaciente con una actitud evasiva ante los problemas de la contemporaneidad cubana. El juicio estético es otra cosa. Vendría bien no confundirlos".  

Confusos nos deja el crítico, cuando leemos sus reseñas sobre dos telenovelas brasileñas a las que él les achacaba ¡justamente! no ser edificantes. Como se conoce la vid por sus frutos, nada mejor que los extractos en los que se fustigan las ‘calidades amorales’ de dichas obras:  

“Como si no hubiera sido suficiente con los evidentes matices reaccionarios, simplones y populistas de Dos caras, he aquí que la Televisión Cubana «castiga» a quienes esperamos productos más edificantes en el género telenovela, con otra zafiedad misántropa, disfrazada de glamour y entretenimiento fácil, y escrita por el mismo autor:

“El protagonista es en el fondo, muy en el fondo, un hombre bueno, pero su esposa es una arpía; su hijo mayor, un tipo sin carácter que solo piensa en sustituirlo en su puesto de mandamás; y el menor ha decidido lastimar a la familia cortejando a la joven amante del padre. La muchacha neutra, tonta, sin carácter, tiene unos progenitores que no pasan de ser bestezuelas inmundas que el guion quiere hacer pasar por cómicos. Igualmente debiera provocarnos risa la tía sanguijuela de la pobre bastarda protagonista, cuyo exnovio ha devenido, de pronto, sicópata y asesino potencial.

“Y así, de secuencia en secuencia, de grupo en grupo, si el guionista nos diera chance a pensar con tanto enredo de sainete, pudiéramos darnos cuenta de que la mayor parte de los personajes carece de sentido, coherencia y profundidad, mientras que sobran los villanos y antagonistas clichés, de cartón, de mentiritas. De ese modo, el guion y el editor nos llevan desde un desborde de miseria al próximo derroche de monstruosidad, porque total, al final, con tres o cuatro empujones totalmente injustificados, la mayoría de los malos será escarmentada, si antes no se ha redimido.

“Entre las «perlas» de la corona (que a mí me aburren en lugar de entretenerme), están, además de los mencionados en el párrafo anterior, un ganapán de Internet, peón del morbo, que repta por la web envenenando la opinión pública con chismes que a nadie debieran importarle; un marido que desaloja a su esposa y a su hijo pequeño, además de explotar sin misericordia a un pintor demente con la ayuda de una abogada tan mala que parece de mentira; un mentiroso y adúltero consuetudinario que va por la vida casándose y dejando a las esposas tiradas, sin previo aviso. Y este Don Juan sin gracia también se supone que resulte chistoso con sus alusiones a la Viagra y la convivencia de las dos exesposas.

Pero no es primera vez que el analista se viste de moralismo y censura una trama brasileña por la falta de valores ‘explicitados’ y por proponer un ‘nuevo lenguaje ético’:

 “A juzgar por Avenida Brasil pudiéramos estar en presencia de un nuevo tipo de telenovela que renuncie flagrantemente a la educación ética y sentimental del público en tanto se embellece, se tolera y se aceptan el rencor, la deslealtad, la vileza y el delito, mientras se presenta cierto estereotipo del suburbano carioca, devorador de arroz con frijoles, tomador de cerveza, aficionado al chisme y la irreverencia, ruidosos, parlanchín y mal educado.

“El ánimo mendaz que anima a casi todos los personajes de Avenida Brasil (le recomiendo el simple ejercicio de analizar las relaciones entre los principales personajes y salta a la vista que casi todos mienten, engatusan y manipulan a sus parejas y familia) se extiende a los elementos de puesta en escena. Algunos cronistas despistados asumieron el «realismo» con que se presenta la marginalidad, sin parar mientes en que el pintoresco y casi pulcro Tiradero fue construido escenográficamente en un amplísimo y bien equipado foro de la televisora O Globo. Y no es que estuvieran obligados a filmar en alguna de las numerosas favelas cariocas, pero la sofisticación aplicada a la miseria demuestra que en este tópico, como en todo lo demás, Avenida Brasil falsifica la imagen de la miseria, y la presenta de manera agradable, e incluso glamorosa con esas lindas paredes hechas de latas y botellas recicladas.

“Por supuesto que el guion tampoco es tan incorrecto políticamente como para dividir buenos y malos en dependencia del sexo o del estatus económico. Pero semejantes libertades se tomó Dickens para describir a sus delincuentes en Oliver Twist hace como 150 años. Y así, Lucinda y Nilo, o Tifón y Carmiña, simbolizan respectivamente a Eros y Tánatos, la eterna pulsión de la vida y el amor en lidia perenne con el odio, la muerte y la desintegración. Pero la tirantez entre estos personajes muchas veces se difumina en tanto «los buenos» son ambiguos, despistados, ciegos, impotentes por completo para cambiar algo o carecen de fuerza para contender con la maldad. De modo que la intensidad del conflicto se mengua a favor, otra vez, de los infames, y el triunfo de los malos, o su capacidad para corromper provoca cierta sensación de incomodidad y desconcierto en un género donde la transmisión de valores y de conocimiento suele marchar a la par con la inclinación al entretenimiento.

“Respecto a la sobrestimada crítica social presente en Avenida Brasil…” aquí paramos. No vale la pena seguir, ya está claro... 

La necesidad de siempre estar del lado de lo 'estéticamente correcto' (la misma que remodeló Arte7 y lo volvió un petulante ejemplo de incompetencia audiovisual) y ese regurgitante reconcomio culturoso son demasiado imperativos. Tanto que lo obligan a contradecirse en calidad y grado.

Usando la sabiduría popular que tanto uno, como otro desdeñan en nombre de un arcaico elitismo cultural – que mencioné en el otro trabajo y que también toco en un material que espera el visto bueno, mientras pierde los colores de la inmediatez – le diría al ‘colega’ ¿por fin Joel… te peinas o te haces papelillo?  

Temas afines: La crítica de lo que no es

Comentarios