En tiempos de amar: y la montaña parió un ratón


Por: Antón Vélez Bichkov 

En tiempos de amar podía haberse resumido en un capítulo de Tras la huella. Dos cuando más. 

Precedida por una fama de ‘novela clásica’, en los pasillos del ICRT y hasta en la prensa, la telenovela cubana que se termina el día 15, si hizo algún honor al género fue dilatar una brevísima anécdota durante meses.

Temo repetirme cuando digo que la historia cayó en coma con Manolito y sólo retornó a la vida con acontecimientos dignos de un segundo punto de giro:

aquello que eleva el riesgo de lo que está en el juego, introduce la obra en una nueva etapa y dispone al personaje a luchar por algo que quizás no tenía claro en la primera, cuando – al menos para mí – debería retirarse y evadir la lucha.

Cuando Laura es expulsada de la ‘mansión’ empieza a derrumbarse este dominó, que hasta ahora sólo puso fichas de baja data en el tablero y coqueteó con la realidad. La suya, que no necesariamente es la realidad de la vida cotidiana.

En estos casos, como siempre, salió a colación el socorrido y a veces engañoso argumento de la ficción y la creación artística. Como que los defectos de coherencia y dramaturgia se debían al uso de recursos novelescos. Algo incierto.

En un folletín bien contado Laura habría sido echada por el capítulo 18, si nos atenemos al largo de la obra y las ajustamos a su ritmo de emisión en Cuba. 

Quizás los escritores se fueron por la distribución de un guión de cine en que el primer viraje se presenta a la media hora y el segundo a 30 minutos del final. Pero la telenovela tiene su propia matemática y su regla. 

Laura sería víctima de una injusticia y aunque de un modo no convencional, se separaría la pareja que es, como sabemos, la principal materia de estos relatos.

Y no sólo porque así lo demandan los clichés. La mezcla de estímulos reales con enfoques idealizados y heroicos es lo que más anima a la audiencia.

Los guionistas se fueron por una vertiente añeja, de cine americano en blanco y negro: una mujer estoica, de amor imperturbable que prueba su fidelidad al pie del lecho hospitalario que, en realidad, sólo causó fatiga. 

La misma que provoca una convalecencia de este tipo y un ciclo de escenas extremadamente parecidas. Como dijimos antes.

Hay que entender que el secreto que se llevó Manolito a la terapia era insostenible: cuando hay ‘marañas’ en el trabajo siempre se sabe y de ellas participan varios. El jefe no las descubre de plano. Sólo si llega nuevo. 

Es lo que nos ‘enseña’ Tras la huella, cuya matriz predominó en esta trama apenas con una duración más larga y más incidentales.

Con una 'causa' pendiente, Elena es presa por 'casualidad'

Jugarse todas las cartas a la villana también es trazo del folletín más rancio, pero aquí amén del ya mentado exceso de inquina – Elena es una malvada de cartón, de novela mexicana – hay un divorcio entre sus acciones y objetivos.

¿De qué le valen tantas artimañas si no incrementa su calidad de vida y se disputa un cuarto en la casa de la suegra? Nadie delinque a ese nivel para garantizarse el diario. La ambición rompe el saco y es lo que generalmente los denuncia.

Obvio, que los esquemas son más enredados y no los van presentar en su detalle, pero la impunidad y las revelaciones repentinas no se explican de ninguna forma.

ETA nos presentó una galería de tipos desgastados, sin intentar salirse de la línea.

No tuvo grandes momentos en el apartado guión. Ni siquiera el uso maestro del cliché que se redime por la gracia y arte con que los aplican algunos escritores.

El último palmo de tierra se lo echó la dirección. Hecha con el pragmatismo de quien sabe que no tiene en manos nada asombroso, sólo para cubrir un hueco, ETA no sacó partido a sus contados momentos de gloria.

No entiendo los largos trabajos de mesa. La elaboración minuciosa de las escenas de los que hablaron, cuando hemos visto, precisamente, lo contrario.

Actuaciones sacadas a pulmón (ya que el elenco es profesional, amén de uno que otro caso). Composición dramática y escénica de básica a limitada.

Y no precisamente por el canon novelero como sugirió uno de los ‘abogados’ de la serie. Sino porque era lo que había. El esfuerzo se entiende, pero juzgamos el producto.

El director, nunca explicó su opción estética al abordar la obra. Todo aquí luce inconexo: tratamiento visual, presentación, escenografía, vestuario, música…

La banda sonora es un espejismo de La otra esquina, más coherente en todos esos planos. No porque Raúl Paz fuera la mejor opción, sino por fórmula. No lo sería cuando oímos temas incidentales utilizados en los spots de Multivisión.

El ‘éxito’ que experimentaron los actores en la calle no fue por una trama envolvente o al menos eficaz, ni por algunas situaciones realmente peliagudas, poco y mal tratadas.

Sino por las contradicciones que presentó como el comatoso eterno, el marido sumiso, la malvada inaceptable e impune, el familión en el hotel, y el reflejo de adular al artista.

Y es el final lo más decepcionante. Claro está, que lo que no nace no crece. Pero dejar para el clímax máximo, la única y más boba intriga del seriado no es una prueba de talento. 

Más cuando nada estimula a Armando confesar su engaño. Ni a Fermín entregar los papeles. Si todo era tan fácil ¿por qué le tomó tanto tiempo?

Aquí diríamos: ¡y la montaña parió un ratón! Y diríamos más de que lo que se dijo en toda la novela. 


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|Estreno| En tiempos de crear

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