Tras la huella del drama

Por: Antón Vélez Bichkov © 

Tras la huella no es estrictamente un programa policíaco. Aquí el culpable se conoce de inmediato y el énfasis se hace en las acciones policiales para detectarlo. 

Con un gustico a propaganda, ineficaz la mayoría de las veces, el despliegue de la técnica pericial pierde interés ante la fuerza del lado criminal, mucho más pujante y, sobre todo, vivo a los ojos de una sociedad que, para su propio mal, ha aprendido a verse entre lo delictivo y lo marginal. En la pantalla y fuera de ella.

En casi todos los casos, es el trabajo secreto operativo (TSO) el que se lleva el gato al agua.

Salvo cohesión y disciplina, y los saberes del criminalista, la policía no muestra ni chispa, ni olfato y la solución siempre la tienen los agentes.    

Los oficiales, intachables y formales, no le hacen justicia al investigador prometido que, amén de tener manchas como todo ser humano, vive en Cuba y como cubano, es muy poco dado a esa solemnidad lineal que nos presentan.

Así son los que conozco. Pero así no es como los quiere mostrar la policía. 

El capítulo de ayer, salvo del detalle del TSO, con presencia discreta y prescindible, huyó de todos estos momentos y se centró en un bien raro en estas lides: el drama.

Fuga escrito por Ariel Trujillo y dirigido con muy buena mano por Loysis Inclán – que ya anduvo por el blog hará un par de años y no precisamente como parte de un elogio – trajo una anécdota cerrada, con pleno desarrollo de la intriga, suficientes trazos psicológicos en las criaturas y motivaciones realistas o, al menos, naturales.

Hasta llegó a integrar sin desentono una persecución de autos más digna de la Película del sábado, en que cabe mejor que en los policiales de la Casa.   

Guión y dirección se dan la mano en buena síntesis y dejan poco campo al reproche.  

Ariel Trujillo muestra que tiene olfato narrativo, oído para el diálogo y que conoce algunos resortes del alma humana.

Más que el motivo de la fuga y la depuración del responsable, ya vistos, incluso no hace tanto en una segunda o tercera repetición con el proxenetismo como guarnición, el plato fuerte del capítulo fueron las fases de la culpa en diferentes registros y, claro está, ajustado al registro que lo ocupa. Que esto no es Dostoievski.

La policía, en realidad, estuvo en un segundo plano y las deducciones, para variar, no fueron tan complejas. 

El preludio musical citando a Bach, en juego con el título del episodio, fue un modo bastante original de anticipar la situación sin venderla.

Al mismo tiempo, calzó el cansancio del músico, pues como sabemos la interpretación, más de un clásico tan exigente, demanda mucho del que ejecuta.  

Salvo explicar qué harían los policías en el cementerio y en qué derivó que Carlos (Leonardo Benítez) viera a Silvio (Omar Alí) con el informante en Colón, no hubo brochazos, ni cabos sueltos.

Fuga logró prender y lo más importante: pasar la moraleja, sin sonar a moralina. Incluso, con el discursito final de Silvio sobre la irresponsabilidad de los que falsifican.

Difícil determinar dónde acaba el libreto y dónde empiezan los aportes de la puesta y el elenco, pero Trujillo merecería un aplauso.

La Inclán, que en emisiones previas abortaba las escenas, esta vez redondeó cada secuencia y se valió, como acostumbra, de un sinfín de recursos visuales para hacer más expresivo su relato.

Por momentos, sobró uno que otro afeite (¿qué nos decía la picada de debajo de la bicicleta? por ejemplo). No obstante se notó un trabajo con los planos (grabados en varias perspectivas para acentuar el verismo de los puntos de vista). Con los detalles.   

Faltaría, eso, sí, un cambio de texturas, como ya se viene trabajando en otras series o en las telenovelas brasileñas. Mas esa parece la carta visual del programa. Plano y directo.

También trabajó con el reparto.

En el perfil de más mujer que madre Leydi Díaz, consigue transitar de la hembra pragmática a la madre sufrida con transiciones asombrosas en el IML, cuando su marido hace un comentario insensible.

La actriz va del estupor al dolor en segundos y lo hace con mucha verdad en el gesto.   

Fuera del rol y la edad su entrega prueba la importancia de una dirección y un material a la altura. 

Leonardo Benítez, del que tanto nos quejamos en Latidos compartidos, aquí se fundió muy bien con su papel.

Hubo, tal vez, una voz más alta que la otra. Y aun así la pugna entre Carlos y el hijastro fue orgánica, con detalles pequeños, pero decisivos como esa bofetada, casi un roce con que le da una prueba definitiva de humillación y de supremacía fálica.

Daysi Sánchez, tan oscilante en Cuando el amor no alcanza, en que vagó entre la calidez materna y una inseguridad exasperante, se mostró centrada y, sin perder el aire de mujer activa y nada refinada, logró incorporar la preocupación y la duda, sin que el contraste la hiciera parecer dos personajes diferentes.     

Félix Beatón (Sergio), es un actor eficiente, con momentos muy respetables. Pero es obvio que su gran naturalidad y oficio lo ayudan más que cualquier otro detalle.

Otro que muchas veces luce sin rumbo, Rubén Breña (Marcos), mostró seguridad y atinada ironía. Lo suficiente para justificar su presencia en un personaje tan chico. Como sea, Breña es un veterano de la TV.

Y ya que hablamos de policíaco y dramas…

La semana pasada, otra actriz, Iris Pérez ensayó una vez más la profesión de libretista y ese policíaco con misterio que tanto falta. Jugó con la sospecha, en giro inusual para el programa que sólo develó a la culpable pasados ¾ del mismo.

Claro, por acción de la autora, no por deducción de las fuerzas policiales que todavía deben afilarse y probar que su proverbial [y televisiva] eficiencia es fruto de algo más que de la vigilia y de muchas miradas indiscretas…       


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