Vidas cruzadas - la novela-paisaje


Por: Antón Vélez Bichkov ©

Vidas cruzadas no inaugura la novela-paisaje, pero sí le rinde grandes honores. Una trama tenue, al punto de la invisibilidad, transcurre bucólica descontándole minutos a la brevedad de su jornada.

Corta, quizás a la fuerza, la 'telenovela' se ha tomado mucho tiempo para plantear su asunto (muy a pesar que alguien tan autorizado como Julio Cid la viera fuerte de inicio).

Postergado para los finales del capítulo dos, el detonador se apagó en una elipsis poco consonante con el género y el nudo, aquello que centrifuga los destinos de los personajes, se amarró casi por inferencia.

Las armas de la emoción, que tanto se usan en el campo de la prensa, no disparan en los dramas made in Cuba muchas municiones, invirtiendo la regla de lo periodístico y lo ficcional.

Y aquí han estado más silenciosas que nunca. A veces por opción no siempre acertada de la libretista y de la dirección.

En diálogo (colmado de alegrías, por su respeto y la fluidez de ideas) Heiking me decía que Vidas... nació como serie de nueve capítulos que tuvieron que extender a propuesta del equipo de asesoras.

Le achacaba a eso la falta de los 'bruscos' giros de las obras no realistas por el supuesto ritmo que éstas tienen. Pero siento que es una cuestión de fondo.

Si a un texto somnífero se le aplican calmantes el público se duerme (pese al espejismo de 'éxito' aupado por los medios, TV en particular y del público que no suele ser antipático en presencia del artista).

La imagen de discreta belleza, de colores apagados, los planos pensados, con la elaboración suficiente como para no parecer improvisados, se fundieron con la retina y agotaron su capacidad de 'sorpresa'.

Es preciso recalcar que todo lo bello que veamos en pantalla se da por la más por la austeridad, por la mesura que por su atractivo u originalidad.

Novelas brasileñas de la década del 70 ya trabajaban con la expresividad de las tomas, poniendo la narración visual en función del lenguaje del folletín que duélale a quien le duela es legítimo, tiene sus reglas y está vigente. Política y religión, se tejen desde los cánones del melodrama y los culebrones.

Por ende, la 'telenovela cubana' tiene décadas de retraso. Tanto en la escritura, como en lo visual.

Algo que ya comentaba en la reseña de En fin, el mar: ejemplo fehaciente de cuán agotado está su modelo.

Lo que podría llamarnos la atención se diluye ¿y qué queda?

Una baraja de personajes que no son tipos, pero tampoco llegan a ser personas, quedando en un limbo difícil de leer para el espectador promedio.

La enajenación que aporta el mundo de las artes vuelve aquí a distanciar el relato de la experiencia cotidiana y no rinde anécdota.

Soy el primero que deplora la chusmería como opción dramática, pero estos caracteres viven en una nube de vapor, manejan Mercedes Benz y se desgastan en dramitas poco inquietantes.

¿Cuántos cubanos pintan, venden cuadros y se frustran en la irrealización de sus mansiones?

Los finales de capítulo que tanto exalta Hernández, se desmienten por sí, pues si el episodio no rinde, no puede tener un buen final.

La banda sonora es otro escollo en este tránsito a ninguna parte. Libreto en mano Alejandro Falcón produjo mucha música que, sin embargo, no tiene trazos 'dramáticos'.

No hay obra teatral más chica que una canción bien hecha. La música también tiene sus divisas. Oficio que supo producir desde las óperas más eternas hasta el último éxito del verano.

Ambientales, casi lounge, los danzones del matancero hacen más crítica la desdramatización (consciente) a la que se sometió la trama.

Vidas cruzadas tiene un plus y es la falta de violencia que ya dió muchas señales de saturación (los 'éxitos' de ¿Por quién lloran mis amigas? y De amores y esperanzas lo prueban). 

Otro es la abundancia de caras frescas. Cosa que no siempre es síntoma de novedad o aporte. 


Debutando en grande Maité Galván (Mercedes), Bárbara Rodríguez (Amelia) y Laura Vassallo (Carolina) se han acomodado a sus papeles, pero sigo mirándolas con más atención que disfrute. 

Andrea Doimediós es casi un cliché de estos tiempos. Acompañada por la fama de actriz y abandonada por la presencia, la chica se volvió un patrón de prueba en teatro, cine y TV.

Lo que se hereda no se hurta, pero ese tipo de genética no suele transmitirse con facilidad. Hasta ahora no le veo esa aura de gloria.

Los galancetes no han conseguido domar sus voces y con ello traducir sus emociones con mayor elocuencia.


Roberto Espinosa es el que peor sale. Y compromete más por el peso que tiene Pablo en la malla de conflictos

Saúl Rojas, que ya no es nuevo, carece del fogueo suficiente para interpretar unos gemelos.


Yasmín Gómez reafirma la intérprete que es en un personaje con una dimensión aplacada que no le permite más destellos. Insisto que le tocan roles mayores.

Lo que con los audiovisuales que tenemos quizás no le llegue nunca.

En la retaguardia Daysi Quintana, en son dicharachero, que no le ajusta, por más que se conozca el medio al dedillo.


El lado de los galanes tiene a un Niu Ventura y un Teherán Aguilar que saben modular sus diálogos, pero tampoco pueden evadir los escollos de sus papeles.

Daysi Granados, que apareció en el estreno no ha vuelto a salir. Mientras que Isabel Santos, es demasiado grande para hacer figuración de lujo en flash-backs innecesarios.

La mano de un Fernando Hechevarría que, más que estilo, tiene una escuela propia (y cuestionable) de actuación, habrá ayudado a redondear algunas técnicas.

Pero la representación, pese a la calidez notable, no pasa de una eficiencia al uso. La calidez que les posibilita el diálogo económico, con visos realistas, mas alejado del registro novelesco, en ese estilo de la novela-paisaje: que cuenta lo que ve en el camino, pero no hace un camino para contar...

Comentarios

novoluar ha dicho que…
No entendí nunca cómo llegaron a la cama imaginaria el galán y Amelia. El beso ya estaba de más ante el poco abono que se le dio a este 'amor prohibido'. Qué decir de la explosión de proyecciones y pasiones limitadas que vimos en capítulos recientes. Tampoco el repentino cambio de norte de Mercedes, que parecía tan dependiente del marido muerto...