Concurso Guzmán: No puedo ser feliz...

Por: Antón Vélez Bichkov ©

Con los concursos de música cubana, me pasa como al poeta: no puedo ser feliz.

Tengo a Brasil en mis oídos y las grandes canciones de esta isla en mis venas.


Después de eso cualquier cosa parece poca.

Una competencia de arte es una puerta entreabierta a la injusticia y un convite a la desesperación creativa. Todos quieren su boleto a la fama, pero no todos están en condiciones de hacer el viaje.

Así, con un misterio tan grande como la canción — que una veces sonríe y otras evade con la crueldad que sólo posee lo realmente artístico — la competencia no siempre es sana o provechosa. 

Y, ciertamente, casi nunca está a la altura del principal y más crucial jurado: la vida misma que tampoco es demasiado justa, pero pone todo en su lugar. Para bien o para mal.

El Guzmán, resucitado en una operación de pragmatismo y necesidad, vuelve bajo los elusivos y centellantes trajes de un reality y eso, como mínimo, me inquieta. 

Lo que un día estuvo en función de la música — incluso, de una música mediana — hoy apunta, inexorablemente, a exacerbar tensiones y ese lado amateur que se come cualquier intento de hacer cultura popular desde los medios. 

La promoción ya daba una señal confusa: un concurso de profesionales ilustrado con ¿una barrendera que sueña ser estrella? Había un bache en el concepto.

Luego, la situación se contornó al descubrir que la mayoría de los partícipes iban a ser autores e intérpretes inéditos buscando sus 15 minutos de gloria.


Si fuera a la puesta, la calificación sería alta. Más por contraste que por sorpresa. ¿Acaso no es el mismo programa de siempre? sea Sonando, Bailando o La banda.  

Ya a la música... ummm. ¿Esos son los seleccionados de 600 números? Pero dejemos el tema para luego.

Amén de la perfección visual del show y los videos en la intro hubo una altisonancia forzada e innecesaria. 

Por muy ‘esencial’ que sea — y no lo es — la pregunta «¿podemos volvernos canción?» no ocupaba al hombre de las cavernas como para hacer ‘eterna’ la inquietud…

No cabe aquí la jornada del héroe ni el aire épico que viene soplando en las últimas emisiones sólo para adornar el producto o matar un enano que no se resuelve en los predios del musical.

Es gato por liebre. Un existencialismo con sacarosa, con frases bonitas, pero vacías y un alto riesgo de caer en el ridículo cuando la poesía sobra por su absoluta falta.


Raquel Hernández mostrando músculo en De mis recuerdos...

Por otro lado, Formell y Benny Moré se han vuelto un facilismo que niega la propia premisa de estos espacios: 

la riqueza musical de Cuba. 

Son varios años repitiendo los mismos números o figuras. Apostando por lo ya consumido o lo excesivamente obvio.

A menos que sólo tengan 'derechos' para esos autores y piezas, Carmen y cía. debían hurgar más en el baúl de los recuerdos...

Pacho Alonso cumple años de muerto por estos días (creo que el día 27) y sin embargo nunca ha recibido un homenaje.

¿No es Pacho una Figura? ¿Un Gran Artista?

Quien dice Pacho, dice decenas de estrellas, que sólo parpadean en las oscuras madrugadas de la radio nacional.

La única hora que se oye 'música de calidad' por estas fechas. 


Luna de rojo y negro para abrir caminos...

Finalmente, y esto es lo más crítico, no puede ser que las seis piezas que conocimos el domingo estuvieran entre las ‘mejores’.

Selección y estilo, siento, ha sido el lado cojo de este y otros concursos.

El Guzmán siempre pecó de un formalismo, de un modo de hacer y decir la canción que ya para el 78 era antiguo. 


Revisen las grabaciones y sabrán de lo que hablo. 

De su cosecha habrán sobrevivido un par temas. Para Bárbara es uno de ellos. El resto no entró en la plantilla de los clásicos. Ni siquiera de los éxitos puntuales.

Y aun así ¡qué gargantas! Solemnes. No siempre carismáticas. Pero con una técnica y una escuela mucho más pulidas.

Los de hoy… son hijos de su tiempo. En calidad y grado.

Frutos de una generación que declara sin rubor tener referentes como Luis Fonsi o Thalía.


Sus imperfecciones, muchas veces, son formales y van desde la falta de singularidad, la calidad de sus timbres, la capacidad de matizar o la incultura musical...

Pese a ello, en esa lógica de la efusividad televisiva, todos son magníficos, grandes promesas y joyas que en mi criterio se rompen de sólo mirarlas, pero como joyas al fin 'fulguran'. 


Jurado: la sinceridad del lenguaje extraverbal... no todo se dice con la voz

Diplomático, quizás por un sentido 'político' de ir descartando sin herir sensibilidades (al final, ellos también son ‘artistas’), el jurado dispensó elogios y palmadas...

¿Criterios profesionales?

Dos o tres boberías que dijo Edesio, cuya sinceridad se diluyó en la oscuridad de sus gafas (un menos gigante si de comunicar se trata ¿o es que se puede creer en alguien que no te mira a los ojos cuando habla?)

Sutilmente, Beatriz dejó entender que había interpretaciones ‘verdes’, que podrían ‘madurarse’ con el ‘roce’.

Incluso, se vio encantada con la única melodía que mereció sus 90 puntos y un mínimo de nuestra atención: Lo que tú me faltas. Pero hasta ahí. 


Con tantas luminarias, para variar, hubo poco brillo en el criterio.

Omar Ross: Lo que tú me faltas

Por delante, quedan nueve emisiones en que se irán acumulando puntos (y probablemente decepciones).

Los concursantes hinchados con todas las cualidades que no tienen vivirán en sus pantallas y algunas pantallas asociadas como parte de una engrasada, y a veces espontánea, red de apoyo (algo que le falta a otros empeños de la cultura).

Y luego… les sucederá lo mismo que pasó con todos los demás, realities inclusive, desaparecerán, porque está probado: ni el Guzmán, ni la tele-realidad han generado algo más allá de sus propios límites. 


Esa es la triste verdad y el único consuelo. 

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